Luciana Dalmagro
Asegura que nunca recibió presiones, pero sí llamados desde el gobierno por diversas causas, tanto ahora como en la gestión anterior. No le gusta, pero asevera que esta práctica ya considerada habitual no interfiere en su trabajo. Bernardo Salduna repasa junto a ANALISIS los tramos más salientes de su vida pública, opina sobre la Justicia entrerriana, los gobiernos, las pasteras, la corrupción y el ejercicio del Derecho.
Bernardo Salduna está de licencia hasta fin de mes, pero se hace una escapada a Tribunales para realizar algunos trámites y para recibir a ANALISIS. No viste de traje porque no está trabajando y se sorprende con la llegada del fotógrafo: “Me hubiera puesto otra cosa, no sabía que me iban a tomar fotos”, explica, mientras arregla apurado su abundante cabello oscuro.
“Nunca me hicieron un reportaje tan exhaustivo”, comentará entre curioso y cansado sobre el final de la charla, que se extiende durante una hora y media. El despacho del magistrado es algo distinto al de otros vocales del Superior Tribunal de Justicia. No hay allí cuadros y adornos caros traídos del extranjero ni superpoblación de certificados de congresos, ni demasiada tecnología, ni mobiliario oneroso. Es una habitación pequeña con ventana a la calle, paredes blancas, parquet marrón y pocos elementos personales: algunas fotos familiares debajo del vidrio del escritorio, un almanaque en inglés y un fichero de madera antiguo parecen ser los únicos objetos que Salduna llevó allí al asumir el cargo, hace aproximadamente siete años.
Seis lámparas dicroicas dispuestas en hilera y la luz natural que ingresa por la ventana alumbran el rostro un tanto inexpresivo del juez, que tiene unos enormes ojos celestes y viste camisa de marca, con rayas finas en colores pastel. Muestra poco una risita nerviosa, unos anteojos de leer asoman de su bolsillo y lleva en la muñeca un reloj negro de plástico barato.
Sobre el escritorio, lo habitual: libros, papeles sueltos, carpetas, expedientes, algún libro abierto. En una mesita auxiliar, otros dos almanaques, más libros y algunas fotos. En las paredes, dos bibliotecas repletas, un mapa enorme de Entre Ríos, el título de la UNL y una tapa del diario Crítica original enmarcada. En la pantalla de la computadora, la página de ANALISIS muestra un titular relacionado con el conflicto de las pasteras.
“A mí no me convencen los que dicen que provocarán un desastre. Leí todos los informes técnicos que están en Internet y parece que la contaminación se resume a lo visual y a algunos días de mal olor”, se despacha Salduna, tal vez conciente de que sus dichos generarán cierta polémica, sobre todo en el seno de los asambleístas. Sucede que el magistrado protagonizó un incidente intentando cruzar con su familia por el corte de Concordia-Salto, cuando regresaba de vacacionar en Uruguay, actitud que no le produce ningún complejo. “No soy de la idea de que haya que pelearse con los uruguayos por este problema y mucho menos dejar de viajar a ese país. No tiene nada que ver”, justifica. Por problemas familiares, tuvo que retornar antes a Concordia y, enterado del corte, pidió permiso para pasar. Lo dejaron cruzar, pero a pie, y discutió con algunos manifestantes. “Más allá de este episodio, estoy en contra de los cortes. No conducen a nada más que a molestar a la población. A Botnia no le provocan ningún inconveniente”, señala, y acota: “Esto con relación a Gualeguaychú, ya que en Concordia son cuatro gatos locos”.
En la banca
Bernardo Ignacio Salduna nació hace 61 años en Capital Federal, pero por accidente. En un embarazo anterior la madre, ama de casa, había padecido severas complicaciones y casi pierde la vida en el parto. Su padre, también abogado, había dispuesto que su mujer recibiera atención médica en esa ciudad, por lo que la trasladaban asiduamente. El nacimiento se produjo en uno de esos viajes.
Salduna cursó sus estudios en la ciudad de Concordia y en 1963 se trasladó a Santa Fe para iniciar la carrera de Derecho en la Universidad Nacional del Litoral (UNL). No trabajaba puesto que sus padres fueron quienes costearon sus estudios y en esos años comenzó su militancia. En el seno de la facultad fue uno de los fundadores del Movimiento Universitario de Renovación Auténtica (MURA), del que luego surgiría la Franja Morada.
Se recibió en 1970 y regresó a Concordia, donde comenzó a trabajar en el estudio jurídico de su padre. Se enroló definitivamente en el radicalismo e integraba un grupo de tareas que lo llevó a ser candidato a concejal en las elecciones de 1973, con tan sólo 28 años. No obtuvieron muchos votos, pero el equipo continuó reuniéndose durante la dictadura y la llegada de la democracia encontró a Salduna ocupando una banca en la Cámara de Diputados de la Nación. Allí estuvo durante dos períodos, aunque interrumpidos por un lapso de dos años, entre 1985 y 1987, en los que Raúl Alfonsín lo convocó para ocupar la dirección de Ferrocarriles Argentinos. Luego, retornó al Congreso para cumplir su segundo mandato.
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