Vida y obra de una leyenda del deporte

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Matías Avellaneda, el último adiós a un ejemplo para futuras generaciones

Marcelo Comas

Muchas cosas se pueden decir de este personaje que en su vida no dejó actividad deportiva por ejercitar: desde sus inicios en el atletismo hasta su paso por el paracaidismo, cuando le tocó cumplir el Servicio Militar Obligatorio en Córdoba. En un tramo de su rica trayectoria llegó a practicar hasta tres disciplinas simultáneamente: fútbol, rugby y básquet, con idéntico brillo en las tres por igual. No caben dudas de que enalteció cada una de las disciplinas en las que se desempeñó. A tres días de su lamentable deceso, ANALISIS publica la que haya sido quizás su última entrevista -el 21 de diciembre de 2006-, en la que recuerda con nostalgia su infancia, revaloriza su adolescencia y reivindica el valor de la recreación para el ser humano.

Entre los logros más resonantes se destaca el Subcampeonato Argentino de Fútbol llevado a cabo en Tucumán, durante 1954, que le valió el reconocimiento de todo el ambiente deportivo de la ciudad de Paraná. En ese entonces, Matías Antonio Avellaneda podía decir orgulloso que con 29 años ya era dueño de interesante currículum en el mundo del deporte local. Ese plantel representaba a la Liga Paranaense de Fútbol y allí inscribió su nombre don Matías, constituyéndose en uno de los deportistas más completos de nuestro medio de todos los tiempos. Avellaneda nació en Paraná el 31 de julio de 1925 y desde muy niño sintió una fuerte inclinación por las disciplinas deportivas. A los 16 años fue fundador del Club Universitario, en cuyo primer equipo jugó hasta pasar a Belgrano; en la división privilegiada del Mondonguero actuó varios años junto a Rosseaux, Vernengo, Romero, Rabufetti, Torres, Blanco y otros. La entidad en que más deslumbró deportivamente Avellaneda fue Estudiantes, ya que en varias temporadas fue reconocido como uno de los mejores jugadores argentinos de rugby. En esa disciplina, la prensa especializada lo sitúa como el mejor exponente del deporte de la ovalada de todos los tiempos en la provincia. Tales aptitudes le valieron la convocatoria para vestir la camiseta del Seleccionado Argentino (Los Pumas en la actualidad).

Se destacó además en atletismo, básquetbol, natación y paracaidismo y fue también guardavidas. De su carrera como estudiante universitario, debe decirse que obtuvo el título de Técnico de Educación Física y Deportes en 1954 y ejerció la docencia en los tres niveles de enseñanza, en la Escuela Alberdi y en Las Delicias. En 1948 se jubiló como empleado del Correo Central.

En una nota imperdible que Avellaneda concedió a ANALISIS el año pasado, contaba detalles desconocidos de su vida en el deporte que seguramente harán más querido a un fiel exponente de la vida sana y alejada de los vicios.

-¿Cómo nace su pasión por el deporte?
-Es una cosa natural. Nací en calle 25 de Junio, en mi casa paterna, lugar que daba a los galpones de Alumbrado. A los 10 años comenzaba con los juegos del barrio. Nos juntábamos con los amigos en la intersección de 25 de Junio y Córdoba: en ese entonces le dábamos a la bolita, a las tapitas, a los trompos, a la pelota escondida. Corríamos alrededor de la manzana e íbamos a jugar alrededor de la Casa de Gobierno, donde se ubica el estacionamiento de autos en la actualidad; a esa plazoleta prácticamente la borraron. Mis amigos eran los Ballesteros, los Aranguren, los Montiel, y otros más, con quienes jugábamos a los autitos de carrera.

-¿Hubo algún hecho puntual que lo acercara a un club en particular?
-Cuando tenía diez u 11 años se funda el Club Estrella en calles Córdoba y Cervantes, en el espacio que ocupaba una quinta de grandes dimensiones. Yo fui ahí, pero no a jugar, sino a conocer y tirar la pelota de básquet al aro, pero nada más.

-¿En qué disciplina dio sus primeros pasos como deportista?
-Con el básquet en el Club Estudiantes, pero me empapé de cerca con el básquet siendo un pequeño; vi a los hermanos Abasto, los González y los Miró.

-¿Entonces en el Club Estrella no llegó a jugar oficialmente?
-No, era del barrio, pero no jugué.

-¿Y cómo se da su relación con el Club Estudiantes?
-Me acuerdo que a los 11 años en la época de verano mis padres dormían siesta y yo me iba al Balneario Municipal. Yo ya sabía en el horario que se levantaban mis padres; no estaba autorizado, me escapaba y me iba a bañar, y ese día me quedé con la familia Castillo. Me buscaban por todos lados, no aparecía y cuando lo hice me dieron una paliza que no me olvidé más. A raíz de esa travesura de la infancia nos hicimos socios del Club Estudiantes.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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