Luis María Serroels
Lo ocurrido el domingo en la provincia de Misiones ha tenido como principal virtud la ratificación plena de que la dignidad auténticamente asumida puede arrasar con todas las barreras y resistir cualquier agresión. Una cuestión que hasta ahora no queda muy clara es por qué si el gobierno misionero -más allá de ciertas actitudes personales y de estilo de su conductor- piensa estar haciendo una buena gestión y gozar de importante consenso en la evaluación de su tarea, lo que le allanaría el camino para una casi segura continuidad en 2007, el actual mandatario Carlos Rovira mira su presencia perenne en el cargo como una necesidad de Estado.
Para los planes de armado político del Presidente Néstor Kirchner, ¿es más importante el apoyo del electorado provincial o la presencia personal del actual gobernador? Porque si éste garantiza continuar sirviendo a los intereses kirchneristas, apostando a la fragmentación del arco opositor -la heterogénea composición del bloque del FUD de ninguna manera supone una carta a futuro-, su accionar junto al habitante de Olivos podrá seguir siéndole útil, máxime que, como ocurre en Entre Ríos, el arribo de otro gobernador del propio riñón, lejos estará de resignar las consabidas influencias.
El mensaje de apoyo K enviado a Rovira a último momento, después de un dilatado silencio, pareció un auxilio salvador cuando las encuestas reales (las que no engañan) preanunciaban la catástrofe en las urnas. Como auxilio logístico adicional, desde el gabinete nacional surgieron voces que procuraron desacreditar a la dirigencia opositora extra provincial, e incluso a figuras del propio justicialismo, con frases como “...la gente no quiere volver más al oscuro pasado”. Y en el colmo del devaneo oral se expresó que “todos los misioneros podrán resolver este domingo el tipo de Constitución que quieren. Es lamentable la forma en que la oposición subestima a la gente”.
Si el “tipo” de Constitución que se desea comenzara y terminara reformando sólo un artículo para eternizar a un gobernante, pobre ha sido la mira renovadora del Frente Renovador. Lo que los misioneros decidieron finalmente fue el tipo de Constitución que no se quiere.
La vergonzante derrota sufrida por el oficialismo -¿quiénes se harán cargo del fracaso entre los que seguramente se hubiesen subido al carro de una victoria que no se produjo?- no fue otra cosa que lo que se dice en el título de esta columna: una formidable Piña que terminó noqueando a Rovira. Que bien puede traducirse en “el triunfo de la dignidad contra las malas mañas proselitistas”. O también, por qué no, de la política concebida como una noble ciencia servidora del bien para la sociedad, frente a la politiquería que bastardea ese principio básico y lo reemplaza por metodologías denigrantes y escandalosas.
Cuando surgió la figura de un tal Joaquín Piña, obispo de Puerto Iguazú, algunos intérpretes oficialistas creyeron que era pan comido, menoscabando a quien se había escogido. Su compromiso con el Evangelio a partir de embarrarse los pies y asumir la defensa de un abanico de grandes causas -lo conocimos hace bastante tiempo en sus prédicas contra la entrega de tierras al extranjero, la ruptura del medio ambiente y el atropello que se ejerce contra los pobres y oprimidos de solemnidad-, hizo que prontamente se galvanizara el pensamiento de vastos sectores que, seguramente, en otra clase de contienda optarían por enfilar hacia diversas direcciones.
Agredir al arco opositor por la llegada de dirigentes nacionales fue una muestra de hipocresía, en la medida que la nacionalización de un tema tan institucionalmente íntimo para los misioneros se originó en el propio gobierno federal como fogoneo de lo que es un proyecto orientado hacia una formidable concentración de poder.
Pretender que la Iglesia sólo se ocupe de sus asuntos celestiales es no conocer a la Iglesia y sus opciones evangélicas. Y además, soslaya que el Concilio Ecuménico Vaticano II (Nº 75. b. de la Constitución Pastoral respecto del mundo contemporáneo) recomienda que “los ciudadanos a su vez, individuos o asociaciones, no den demasiado poder a la autoridad pública”.
El abogado laboralista y catedrático paranaense Miguel Bulos, en un reciente documento referido a la situación generada en Misiones y los ataques del establishment, ha recordado: “La historia enseña que la perpetuación de los gobernantes conduce al poder absoluto. El poder absoluto conduce a la corrupción y a la impunidad. Y la corrupción y la impunidad destruyen la convivencia pacífica y el bienestar general. Por el contrario, generan miseria moral y material”.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
