Luis Frontera
(especial para ANALISIS)

El escritor y periodista Luis Frontera presentó ayer, y volverá a hacerlo el 15 de noviembre en la sede de la Asociación Trabajadores del Estado en Santa Fe, la Investigación sobre hábitos tóxicos y consumo de drogas en la Argentina, con el auspicio de la Facultad Libre de Rosario. Se trata de un trabajo realizado en todo el país con el auspicio, entre otros, del periodista Víctor Hugo Morales, el jefe de Unidad 17 del Hospital Muñiz, Jorge Benetucci; el bioquímico pos doctorado en Harvard, miembro del Comité Científico del Premio Nóbel de Química D. E. Corey, Sem Albónico; el director asistente del Cenareso, único hospital argentino exclusivamente dedicado a la atención de personas que consumen tóxicos, José Luis González; el ex técnico de la Selección Argentina de fútbol José Pekerman, el ex kinesiólogo de las selecciones juveniles de la AFA Raúl Lamas y la jefa de Biología Celular y Retrovirus del Hospital de Pediatría Juan Garrahan, Luisa Sem. La presentación y el debate tendrán lugar a partir de las 19. A continuación, ANALISIS presenta un extracto del trabajo.

Por la importancia política del narcotráfico, la amenaza mortal del sida y la confusión que existe en cuanto a la etiología y el tratamiento, el tema del consumo de drogas es uno de los más importantes a debatir en los comienzos del siglo XXI.

El amo capitalista ejerce su marcha triunfal distribuyendo objetos en los megamercados planetarios, sin detenerse ante idiomas, religiones o ideologías. Ofrece desmesuradamente, en las góndolas y a quien pueda comprar, el uso de todos los placeres, sean ellos electrodomésticos o narcotizantes. Y como se vive en una “sociedad de consumo”, también “la droga” es deseada y exigida como otro recurso del mercado para aliviar un vacío que es cada vez más doloroso en el capitalismo salvaje; una carencia cuyo sentimiento de malestar dio origen a una célebre reflexión de Sigmund Freud en su obra El malestar en la cultura: “La vida trae demasiados dolores y desengaños. Para soportarla, no podemos prescindir de calmantes. Los hay de tres clases: poderosas distracciones, que nos hagan valuar en poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan; o alguna sustancia embriagadora que nos vuelva insensibles. Algo de ese tipo es indispensable”.

En tanto el poder del Estado, cuyo único fin es nuestro bien (y que tal vez por eso tiene un poder sin fin), legisla sobre drogas a su arbitrio, libera unas, penaliza otras, y antes que nada muestra que cualquier consumición está regulada por el Estado, porque la droga, como objeto de la tecnología, no es ajena al funcionamiento de los mercados e, inclusive, a veces los determina.

Geopolítica de la cocaína

En 1988 el Senado de los Estados Unidos le declaró la “guerra a las drogas” y las definió como “una amenaza a la seguridad de Norteamérica”. Esta vez no eran unos comunistas fanáticos del este de Europa ni tampoco unos pérfidos vietcongs en las selvas boreales del sudeste de Asia. Se trataba de indoamericanos latinos, unos tipos que surgían de las malezas de Bolivia, Colombia o de cualquier país del sur. El aspecto de estos sujetos, mezcla de cafishios con guerrilleros, se sigue difundiendo por los multimedios de la videoimagen (otro consumo posmo), vertiendo en el imaginario popular esas absolutas creaciones mediáticas que son los estereotipos del narcotraficante y el “drogadependiente”.

Según el ex Presidente Bill Clinton, el pueblo que por entonces él presidía, y siendo el 5 por ciento de la población mundial, consumía el 50 por ciento de las drogas y un tercio de la cocaína que circulan por el planeta; y gastaba, cada dos años, sólo en marihuana, el total de la deuda externa que Argentina tenía por entonces.

Pero los más duros combates llevados a cabo por la Drug Enforcement Administration (DEA), ese piquete de choque con categoría de representación diplomática, no suceden en el país de la demanda (Estados Unidos) sino en los de la oferta (América Latina y el Caribe). Y no le importa a la DEA que un productor gane 200 dólares por kilo de cocaína en el Altiplano, mientras un vendedor obtiene 10.000 dólares por igual cantidad en Nueva York.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)