Charles Parker

Es martes, casi medianoche. Bajo por calle España, en dirección opuesta al tránsito, y sigo el camino marcado por una laguna de agua que se formó hace media cuadra, a partir del caño roto de una casa. El curso del agua es lo suficientemente ancho como para reflejar los carteles de los negocios y arrastrar basura liviana. Avanzo en la misma dirección que la basura, por encima del cordón, camino hacia el cementerio: allí donde termina el trazado de calle España, además de la vida. Mi destino no es casual. En la plaza que anticipa la necrópolis, la Santísima Trinidad de los huesos perronistas, decidí levantar la Carpa de la Abundancia. Allí me voy a encontrar con todos los compañeros de mi agrupación Cristo Rey, para defender lo nuestro. Llevo un iglú familiar como para ocho, una pala, tres discos de Alfredo Zitarrosa, y un espíritu combativo alimentado por el sueldo. No fue cosa difícil, lo de la carpa: levanté el teléfono, y llamé uno por uno. “Vamos a hacer algo para los medios”, les dije. “El plan es levantar un circo lelo. Un secretario de prensa, periodistas de sobre oficial, declaraciones polémicas que no dicen nada”. No los veía, pero sé que asintieron: un plan infalible. “Vamos a hacer una carpa estúpida, en la que vamos a invitar gente que no hace nada para dar una serie de charlas sinsentido, con un montón de gente que tiene que justificar su sueldo”, dije. “Vamos a hacer el monumento a la impotencia y al subsidio, el monumento a la soja y a la barba candado, a la palabra vacía. Vamos a clavar las estacas con un sentido contrario al de la mitología: esta vez, las estacas servirán para mantener con vida a todos los vampiros”. Cuando pasé por el viejo predio del supermercado, bajando por calle España, me crucé con los afiches de campaña de Sergio Marisco. Debajo, con aerosol, alguien había escrito “traidor”, “PJ”, “Bushti”, “culo roto”. El slogan político de Marisco, con su cara de poca medicina: “Sergio Marisco, un bien de la ciudad”. No dije nada, pero me vi la cara reflejada en el charco de agua. “A tu tía”, pensé, “contáselo a tu tía”.

Y seguí bajando en dirección al cementerio.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)