Homenaje a la memoria

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Se presentó en Paraná el libro “Monte Madre”

Florencia Penna

En el marco de las actividades organizadas con motivo del décimo aniversario de Análisis Digital, el viernes pasado se presentó Monte Madre, el libro de Jorge Miceli que narra “la heroica historia de compromiso y dignidad” de Irmina Kleiner y Remo Vénica. Estos militantes de las Ligas Agrarias que encontraron su refugio en el monte chaqueño durante la última dictadura, estuvieron presentes en el Centro Cultural La Hendija junto al autor, para dialogar con el público que colmó la sala. A continuación un repaso de lo que se habló en la conmovedora y fraternal velada.

“Es increíble, esta no es mi ciudad, no es mi provincia pero me siento casi como en mi casa. Debe ser porque confluyen un montón de cuestiones, sobre todo afectos”, dijo el periodista Jorge Miceli quien desde la santafesina localidad de Reconquista viajó a Paraná para presentar su primer libro. Cinco años de preparación le llevó Monte Madre. Una historia de compromiso y dignidad, que “narra una epopeya heroica” al decir de su autor, a lo largo de 19 capítulos. Con prólogo de Ricardo Monner Sans, la obra se deja devorar no sólo por lo contundente de la historia sino también por el ritmo amable de su escritura, atrapando así al lector. “Tengo la suerte que los protagonistas que están sentados a mi lado me hayan permitido intentar narrarla con la mayor fidelidad posible. Quisimos hacer un homenaje a la memoria, porque somos defensores de aquellos que dicen que no hay que olvidar”, dijo Miceli. Y agregó: “Este libro también quiere invitar a imitarlos, a imitar ese acto de contar el hecho del monte para que no se pierda a pesar de que a veces los libros se queman, pero nunca terminan de quemarse del todo”.

El periodista –quien también es titiritero- trató entonces de sintetizar la historia a modo de introducción. En 1975, Irmina Kleiner y Remo Vénica eran asesores de las Ligas Agrarias y estaban ayudando a fundar pequeños sindicatos de hacheros en el monte chaqueño, trabajo terriblemente explotado. Trataban de que el hachero, el hombre más humilde quizá del monte, comprendiera cuáles eran sus derechos. Además estaban asesorando y creando pequeñas cooperativas de productores. Las fuerzas de la represión empezaron a perseguirlos, les allanaron la casa y con lo puesto se internaron en el monte, donde estuvieron cuatro años. Al principio vivieron en casas de hacheros “aunque a veces no pudieran llamarse ni siquiera ranchos por lo precarios que eran. Pero está demostrado que esa gente que no tiene nada material, en el corazón tiene tanto que seguro la envidiamos”, expresó Miceli. En esos años nació la primera hija de la pareja en un lugar al que llamaron “tatucera” porque imitaba la cueva del tatú, habiendo hecho un hueco de tres metros de profundidad. A Irmina la asistió Remo. Después, ya en el cañaveral del norte de la provincia de Santa Fe, nació el segundo hijo y de nuevo Remo actuó como partero. Pero en ese lapso a ella la hirieron en la espalda, y la bala que entró por debajo de un omóplato le salió por debajo de la oreja cruzándole toda la espalda. Milagrosamente no le tocó ningún órgano vital y desangrándose pudo escapar. La primera hija fue con mucho dolor entregada a un matrimonio de humildes campesinos para que la tuvieran mientras ambos podían escapar más livianos de equipaje. Esos campesinos fueron detenidos, salvajemente torturados y, con la beba, encarcelados.

En el monte no estuvieron solos. “Ninguna empresa histórica importante es posible hacerla en forma individual, siempre se hace colectivamente”, aseguró el periodista. Y esos muchos que ayudaban a Remo e Irmina eran la gente del monte chaqueño -el ovejero, el hachero, el campesino-, que les entregaban muchas veces todo lo que tenían en la casa. “Hoy quiero recordar a uno –dijo Miceli- en nombre de todos. Partió hace escasos dos o tres meses porque su corazón le dijo basta. Se llamaba Walter Medina y era un hombre muy humilde, un negro grandote, de pelo chuza, con aspecto de toba. Llegó a ser secretario general de la Federación Argentina de Trabajadores Rurales de Saénz Peña (FATRE), y llamaba compañeros a todos sus amigos. Recorría el monte permanentemente, llegaba a hacer 20 km por día en bicicleta.” Era una de las pocas personas que sabían donde se escondían Remo e Irmina y hacía de nexo entre ellos y la civilización, llevándoles mercadería y noticias. El mismo Medina contó que el 22 de agosto de 1977, pasado el mediodía, llegó a su rancho y su esposa le estaba esperando con la comida preparada. Los chicos ya se habían ido a la escuela, se sentó a comer pero antes de probar bocado la mujer le gritó que estaban los milicos. Corrió a la puerta y los vio. Se lo llevaron a los golpes, esposado, a Saenz Peña. Esa noche comenzó su infierno. El comisario Toro comenzó a exigirle que dijera dónde estaban escondidos “esos guerrilleros de mierda”. Ante el silencio ligó un golpe de puño. Atado a la silla ya con alambre, la voz de un oficial del ejército le dijo que no querían hacerle daño, sólo conocer el paradero de “los subversivos”. Como Medina no habló, con ironía y sadismo se dio una orden y comenzó a escucharse una música folclórica estridente. El comisario Toro con una pinza le agarró un diente. De nuevo: ¿dónde están? Medina no habló pero pensó “andate a la puta que te parió”. “Él hubiese jurado –contó Miceli- que le escucharon el pensamiento porque inmediatamente se lo arrancaron y se desmayó. Cuando volvió en sí, hicieron lo mismo con otro diente. En días sucesivos las torturas siguieron. Por ejemplo, le quebraron los dedos de las dos manos con golpes de pistola. Lo picanearon, lo pasearon hecho una piltrafa por todo el monte para que los otros campesinos tomaran ejemplo de lo que les pasaban a los que colaboraban”. Y Medina no habló. Después de muchos años, poco antes del regreso a la democracia, fue dejado en libertad. “En una rueda de amigos contaba lo que le había pasado, y como tenía mucho sentido del humor a pesar de todo, decía: ‘para algo me sirvió, por lo menos conocí lo que es volar en avión’. Lo habían llevado de Resistencia a La Plata donde estuvo detenido durante años. Un amigo de su misma condición, humilde, le preguntó curioso cómo era. ‘Muy raro, primero te tiran en el piso, te tapan los ojos, te pisan la cabeza con una goma; me imagino que debe ser para que no sufras mareos’. Este recuerdo doloroso es un homenaje a un valiente; y en su nombre, un homenaje a todos los valientes que ayudaron a estos otros dos valientes”, culminó Miceli.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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