J. R.

La anunciada intención de renuncia de Jorge Kerz al frente del Consejo General de Educación generó un tembladeral en las primeras filas del gobierno. La sola posibilidad de que se abra una zona de desgaste en el dominio ministerial del candidato oficialista, Sergio Urribarri, motivó un rápido operativo para hacerlo desistir de su dimisión. Hubo marchas para lograr la disuasión, a las que se sumaron, incluso, funcionarios enemigos de Kerz de dentro del CGE. Finalmente no hubo renuncia: la jornada dejaba como saldo el apoyo privado de algunos gremialistas, el reto y pase de facturas hacia algunos directores del área y el reaseguro de una inversión de cuatro millones de pesos en capacitación y muebles más un total de 20 vehículos para las escuelas entrerrianas.

Nunca el amague había llegado tan lejos. Por distintos motivos, el licenciado Jorge Kerz había advertido sobre la posibilidad de alejarse del cargo de presidente del Consejo General de Educación (CGE), pero esta vez la cosa fue más allá: se tomó varios minutos frente a la computadora y redactó cuatro carillas en las que le explicaba al gobernador Jorge Busti sus motivos para abandonar el cargo.

Fue tan lejos el amague que ni siquiera fue amague. Fue lisa y llanamente una renuncia no aceptada.

Lo que vino después fueron momentos de tensión. Toda la prensa estaba bombardeando con la noticia de la renuncia, con la publicación de la carta al gobernador en los medios digitales incluso, y todo en un marco de creciente conflicto gremial con los docentes.

El presidente del Consejo General de Educación, un funcionario que siempre tuvo su renuncia doblada en el bolsillo de la camisa, encontró el motivo de su alejamiento sin abrir un frente con el gobierno: el profundo malestar que le provoca la sola idea de que se lo convierta en el responsable del área educativa del Estado entrerriano al que le instalaron una “carpa de la dignidad”, como se la denomina desde la Asociación Gremial del Magisterio de Entre Ríos (AGMER).

No es poca cosa el regalito que los dirigentes gremiales dejaban en los antecedentes de funcionario de Kerz. Pero lo que pasó en la trastienda del enojo seguido de renuncia se convirtió en una fuerza contraria que hizo rever la decisión.

En su teléfono particular, el sociólogo-funcionario recibió llamados de los más altos dirigentes gremiales para explicarle que la instalación de la carpa no es nada personal. Que al fin y al cabo las escuelas están lo suficientemente destrozadas como para reeditar el modo de protesta que logró inquietar al menemismo en su apogeo.

Si algún saldo favorable le dejó este fallido alejamiento a Kerz, fue la confirmación de la buena relación que mantiene con la dirigencia gremial. El marco que da la instalación de la mesa de paritarias hace todo mucho más fácil, pero nada alcanzaría sin voluntad de diálogo.

El problema desde otro lado

Al margen de la consecuencia institucional que podía acarrear la partida de Kerz -hay que imaginar sólo el tiempo que demandaría encontrar otro funcionario que se haga cargo en este estado de cosas y con una instancia de conciliación obligatoria abierta-, para el oficialismo se generaba un problema de neto corte político.

La ida del principal funcionario de un área de la cartera política cuyo titular es el candidato del oficialismo para suceder a Jorge Busti, significaba algo así como el reventón de un neumático en momentos en que nada puede distraer el trayecto.

Kerz no tiene identidad bustista, y hubiese sido impensable su pertenencia al staff del gobierno, si no se daban ciertas condiciones: en primer lugar, la bochornosa quema de alimentos de programas sociales en el invierno de 2005, como producto de una problemática sobre la que el entonces defensor del Pueblo de Paraná había advertido. Ese defensor era Kerz, y entonces Busti vio en su figura la posibilidad de redimirse de un papelón del que dio cuenta toda la prensa nacional.

Fue una jugada política brillante: convertir un bochorno en un supuesto logro. Pero Kerz, a poco de andar en su cargo de coordinador de Políticas Sociales, no se sintió respaldado ni contento con la perezosa inercia que existe en la administración pública cuando se trata de hacer alguna transformación. Pronto vinieron los pases de factura de legisladores que encontraban dificultades para echar mano a los bolsones con que se edifica el clientelismo político. Tampoco faltaron las campañas sucias mediante operativos de medios alquilados al mejor postor. Y Kerz amagó, en silencio, con irse.

Otra vez Busti debió mostrar sus dotes de buen improvisador de coyuntura. El profesor Felipe Ascúa había fracasado sobradamente al frente del Consejo General de Educación, en su desacertada estrategia de mostrarse más bustista que Busti. Esa actitud lo llevó a chocar con la dirigencia gremial en momentos en que más se necesitaba acercar posiciones. Y además, toda la historia largamente contada en notas anteriores: el fracaso en poner orden administrativo, la permeabilidad para demorar y desvirtuar la aplicación de la Ley de Educación Sexual, entre otros temas.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)