“No añoro mi juventud porque era un imbécil”

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El reportaje impertinente: Carlos Mainini

Claudia Martínez
(especial para ANALISIS)

Estuvo casado con una mujer 30 años mayor. Adoptó una nena, que hoy tiene 47 años, con la que está duramente enfrentado. Lo insultan por la calle y el responde con acidez. A los 82 años, Carlos Mainini tiene un estado físico envidiable. Se reconoce gay y sobre las acusaciones de acoso a menores sugiere que lo investiguen.

Personaje si los hay. Esperó a la cronista en su casa de calle Villaguay con camisa floreada, pantalón bordado con piedras y lentejuelas, un gorro de Boca y todos los collares y anillos que encontró a su paso: pulseras con monedas, con piedras, con cintas; brillantes, azules, doradas, de strass; collares haciendo juego con los anillos y zapatillas plateadas. Casi nada. Carlos Mainini dice: “Me vestí sencillito para esperarlos”, mientras trae un vino alemán de regalo. El personaje en cuestión desafía: “Poné lo que quieras”.

No se queda quieto un segundo, mientras los visitantes ocasionales que miran mapas, charlan con sus asesores legales. La casa es indescriptible, kichst, con puertas de espejos, arañas de cristal, espadas de plástico pegadas en la pared, vinos, muñecos, adornos, bastones, paredes pintadas con dibujos, muñecas con vestidos brillantes y papeles escritos por él en los escritorios.

Carlitos, como lo conocen todos los que lo ven caminar por la ciudad, tiene 82 años. Nació en Villa Urquiza, la capital del turismo según él mismo define, un 25 de noviembre; es de Sagitario y Gallo en el horóscopo chino. “Yo tengo carácter, no mal carácter -dice y agrega-. Me puse algo sencillito para esperarlos”, mientras hace ruido con los collares.

“Bueno... empecemos”, propone y comienza a cantar la Marcha del Estudiante. “Yo canto, divina, porque me gusta”, dice y se sienta para pararse varias veces mientras eleva la voz.

-¿Cómo fue que armaste todo esto que tenés acá?
-Me llaman araña sin patas, porque no se sabe cómo hice la tela. Mirá mi amor, yo no le robé nada a nadie. Yo en mi vida gané poco dinero pero hice algo que nadie hacía, que es invertir. Reinvertía. La gente se desprendía de las propiedades: campos, casas, terrenos, y decía “lo pongo a trabajar”. Lo ponían al banco y vivían de rentas. Yo era el gil. Les pagué a todos ellos lo que nadie les había pagado, yo jamás puse dinero. A veces hasta el Estado te roba lo tuyo.

-Esta bien, pero vamos a empezar por tu casa…
-Mirá, antes de vivir en esta casa viví en seis casas distintas, empezando por un galpón con techo de zinc y piso de tierra.

Viajó mucho -dice-, algo así como 32 veces, y armó su casa con todos los recuerdos que trajo. “Amorosa, yo compraba cosas que luego mandaba por carga. O viajás o hacés tour de compras. Viajaba sin equipaje con un bolsito de mano y otro en el hombro. Si tenés 30 valijas no te divertís nada”.

-¿Viajabas solo?
-A veces le pagaba el viaje a algún gil. Yo no sé si el gil era el otro. Para mí los mejores años de mi vida son estos. No añoro mi juventud porque era un imbécil, todos me agarraban de gil. Yo empecé a comprar algunas propiedades. La primera que compré fue la de Carbó y Belgrano, que era una casa que estaba alquilada; yo pagaba 100 pesos de alquiler. Yo le compré la casa en 200.000 pesos.

-¿Ahora cuántas propiedades tenés?
-Eso no se puede decir. Yo hice muchos loteos. Algunos he vendido. En efectivo, te digo, no tengo un mango. La gente cree que estoy podrido en plata y no es así: yo al efectivo lo gasto, lo tiro o lo doy. Me doy todos los gustos. En la vida hay recursos que se agotan. Si yo te vendo esta propiedad a vos, llega un momento que la plata se acaba. Saca y no pone, se acabó el montón. Y si se la alquilo a él tampoco sacaré algo. Una señora el otro día me vino a comprar una casa y le dije que a las casas no las vendo, las ordeño. Ése es un recurso renovable.

-¿Nunca te casaste?
-Tuve una pareja que se llamaba Elcira Dreissigacker. No era ninguna virgen, tenía cuatro hijos de otros padres que nunca se hicieron cargo de ella. Me llevaba 32 años. Y viví con ella 32 años -ella se murió de golpe-. Adoptamos una hija. Y te aclaro algo: yo siempre fui gay y ella lo sabía. Todos me decían: estúpida, imbécil. ¿No tenés problemas con tu mujer? No, les decía yo.

Porque cuando una mujer quiere, perdona hasta el delito. Cuando una mujer no quiere, condena hasta la virtud. ¿O no es así? ¡Qué mierda voy a tener problemas con mi mujer! Ella demostró que me quería. En la actualidad, lo que más tiene éxito -con la escasez asombrosa de guascas que hay- son los presos y los gay. Yo no tengo amigos varones. Mis mejores amigas son mujeres. Pero yo no iría a una reunión de mujeres, ya que me sentiría más desubicado que chupete en el culo. Me siento una Tita Merello cualquiera.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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