El caldito tibio de los arroyitos de nylon

Edición: 
719
Caminata por los cursos de agua de Paraná

Daniel Tirso Fiorotto
(especial para ANALISIS)

Un caldo blancuzco y espeso arrastra hilachas de nylon en el Colorado. Profundo y angostito como una manga, le llaman Manga, y en el puente sobre avenida Churruarín los vecinos le dan un nombre que lo identifica mejor: Hediondo (jediondo). Ante el cuchicheo de ratas de, mínimo, treinta centímetros en sus barrancas tapizadas de bolsas y botellas plasticas, deja el Hediondo que su hedor se desplace sobre un lecho untado con grasa, y emana pestilencias hacia los barrios populosos. Los chicos buscan allí a la siesta el sustento para sus familias entre los desperdicios y, más allá, un Juan Perón desnarizado por piedad se paraliza de asombro. Los arroyitos de Paraná y otras ciudades entrerrianas entregan al río un jugo concentrado de hipocresía gubernamental.

Por avenida Churruarín al 1.500, hacia el barrio Paraná XIV, el Colorado hace un despliegue casi artístico de su lecho cubierto de bolsas de cemento, cartón, nylon, mucho nylon, botellas de plástico, trapos, fuentes de tergopol, tarros de lata, bidones de detergente, envases de múltiples formas, bolsas de plastillera.

El líquido blanco proveniente de alguna fábrica no es necesariamente más oloroso que el agua turbia del otro brazo del Colorado, más al este.

El paisaje es de nylon. Las bolsas atascadas en un extremo en las orillas o en el lecho, se bambolean en la corriente. La imagen cobra más patetismo si se miran las ratas y se levanta la vista hacia las casas de al lado, con miles de almas.

De pronto una rata deja caer cascotes hacia el precipicio de la barranca. Ejemplares de falso café empiezan a brotar ya con la proximidad de la primavera, y el sol caliente de la siesta revienta en un clic las semillas de los tártagos.

Tártagos, ombúes, moreras, cañaverales, enredaderas trepadas en los arbustos. A lo lejos un aguaribay, un sauce, y en el líquido que alguna vez fue agua, la inquietante ausencia de peces. No bagres, no anguilas, no mojarritas: bolsas de nylon.

De tártagos y moreras

Algunos tártagos sorprenden por las dimensiones de sus hojas que hablan de suelo fértil, otros se elevan hasta 10 metros. El Ricinus communis (garrapata común, por la semejanza de sus semillas con el insecto) hizo historia con su aceite de tártago (aceite de ricino) en Entre Ríos décadas atrás, y luego quedó como maleza en las orillas pobres, como bien se observa en Paraná.

Hacia los años 60, hace cuatro décadas y pico, Entre Ríos producía 2.000 toneladas anuales de semillas de tártago que se cosechaban en pleno verano, principalmente en Federación, Feliciano, Concordia y Colón, y se elaboraba aceite en Chajarí. En Misiones el tártago se aprovecha aún en la actualidad.

Los cañaverales de las orillas darían un bello aspecto a las barranquitas si no fuera por las bolsas que han quedado prendidas y que otra creciente o el viento sabrán limpiar con el paso del tiempo, para dar lugar a otra bolsa, a alguna goma espuma.

Se escucha un murmullo del agua en las pequeñas cascaditas que forman los bloques de cemento lanzados al arroyo. El sonido agrada, el olor es nauseabundo.

Corre el caldo blanco grisáseo entre alambres, cubiertas, muchas cubiertas, tapas de envases de pintura. En el fondo se aprecia un cuadrante que pudo ser de una cocina, junto a moldes de aluminio, tarros de lata, botellas de vidrio, bolsas de red que antes guardaron papas, cebollas.

En la cabecera norte del puente sobre la avenida Churruarín, junto al barrio Pagani Chico, paquetes de resmas de papel color amarillo cubren el arroyo. Más cajas, una empalizada con cubiertas de caucho, la cobertura de un ventilador, envases de cartón de vino. Y como en todo el curso: bolsas de nylon, chicas, medianas, grandes. En la base del puente nació contra la baranda una pezuña de vaca (Bauhinia candicans), y de sus ramas cuelgan no sus bellísimas orquídeas blancas sino bolsas de nylon. Hay un montecito de pezuñas de vaca más adentro. En una barranca se dejan ver buenas noches y campanillas.

Basura quemada, plásticos, más botellas allá, arbolitos autóctonos, mora y tártago y cañaverales. La morera (morus nigra y morus alba) hizo fama con Yuyo Montes por su canción (La mora blanca, la mora negra / una me quiere la otra me deja) y se sabe desde hace tiempo de las propiedasdes antioxidantes de la mora negra, y de la condiciones excepcionales de la mora blanca para la seda... Ahí están, sin embargo, en las orillas sucias de nuestros arroyos como esperando el rescate.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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