Florencia Penna
Hasta fin de mes se podrá ver Libre de pieles, la muestra escultórica de Silvina Fontelles, inaugurada el viernes pasado en el Museo Provincial de Bellas Artes (Buenos Aires 361). Allí Pola Ortiz realizó una performance con una obra de huesos hecha títere y la escritora Verónica Streiger regaló un poco de su poesía ante un público numeroso que acompañó la velada. Las 20 piezas de la artista, asistida en la realización por Carlos Battauz, deslumbraron por conformar una propuesta nada usual y por su preciosismo.
-¿Cuándo comenzó el proceso de esta obra?
-Hace dos años y medio como búsqueda acelerada de algunos objetos, otros tenía. Esta obra tiene que haber estado en mí desde los siete años, tiene que ver con mi gran fascinación por las antigüedades. De muy chica juntaba pedacitos de madera, cosas que hoy se ven, así que no se sabe muy bien cuándo es la génesis. Los huesos, para quienes hemos estudiado arte, siempre han sido fuente de conocimientos, de precisión, de análisis. Sus formas son las que tienen las decoraciones. Hay aspectos de esta muestra que hay que verlos muy detenidamente. No es para verla en la inauguración.
-Después de la idea vino el ensamble, ¿cómo fue?
-Me fascina tanto una cosa como la otra. Que encaje llevó un tiempo, es una especie de juego, como todo lo que está relacionado con el arte, y un profundo trabajo para que esto sea lo que es: una unidad. Para que se perciba así y que no sobresalga ni lo conceptual ni lo material hubo que hacer mucho laburito. Había muchos riesgos que asumir; el hueso tiene lo siniestro y las antigüedades tienen la fascinación que provocan por la belleza, por el tiempo. Para que ninguna de esas cosas diera un paso adelante apareció la creación, tercer elemento que disipó lo demás. Es lo que pasó con esta obra. Ése era el desafío, y a ese se lo gané.
-Pensaste hasta en la iluminación. El montaje fue muy notorio, por el juego de luces y sombras, el clima.
-En el taller siempre estaba con una base probando luces todo el tiempo. Soy puestista así que con cada criatura animada o inanimada había una intención de puesta en escena y también una intención de teatralidad. Siempre supe que estas obras necesitaban cenitales, dicroicas o pines distribuidas de esa manera. Así las soñé, así las veía, así lo hice, así salió y así me costó.
-Como artista plástica, ¿cuánto hace que no mostrás?
-Trece años...
-¡Muchísimo! Y no es bidimensión…
-Fue muy gracioso cuando alguien me dijo: “No sabía que eras escultora”; “y yo tampoco”, le dije. Pero estudié pintura y escultura, después tuvimos que elegir títulos y seguí pintura pero arranqué y soy maestra de ambas cosas. El mundo de los títeres me retrotrajo al espacio. Es muy loco, sí, individualmente hace 13 años. Hice cosas más chicas en forma colectiva. Y es la primera muestra de escultura. Estoy muy contenta por esto.
-¿Por qué Libre de pieles?
-Estuve 15 días devanándome los sesos para nombrar esta muestra. La problemática que plantea es que enfrentarse con la palabra no la favorece porque cuando uno habla de los materiales en general provoca mucha repulsión. Ponerle nombre a las cosas con un código que no les corresponde, la palabra, tenía sus riesgos. Hace un tiempo estoy trabajando con Verónica Streiger, la autora de la poesía de donde saqué uno de sus versos. Me parecía que tenía muchísimo que ver, de por sí por el hueso pero aparte libre de prejuicios, de preconceptos y de un montón de cosas; de todo lo que uno va auto-poniéndose, la sociedad y todos. Me cerraba, me pareció que me llenaba muchísimo y le pedí permiso para usarlo y obviamente me lo dio. Ella también está trabajando cosas del cuerpo y esa poesía se editó en el catálogo.
-En el armado de cada pieza, ¿ibas encontrando historias?
-Esta obra tiene mucho de infancia, de juego. Hay varias formas animales, que yo amo, y pocas de hombre, salvo las que son teatralizables. Y mucho placer. Me parecían que eran animales de calesita, personajes de otros mundos. Venían muchos chicos y quedaban fascinados. Se me ocurre que debería hacer un trabajo con esta obra para niños, poniendo bases más bajitas y que escriban acerca de ella porque se alucinan. Empiezan a jugar, nombrar las piezas. Y sí, la forma la identificaba con un animal, con otro y mágicamente se iban armando las cosas. Hasta que en un momento tuve 20 y no lo podía creer, esta especie de zoológico plástico estaba medio armado y casi todos arregladitos como para ir de boda.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
