Apuntes para una esperanza

Edición: 
718
Anticipo exclusivo del último libro del periodista Juan Gasparini sobre el relato de un preso de la ESMA

Juan Gasparini

Manuscritos de un desaparecido en la ESMA. El libro de Jorge Caffatti es el relato de una historia personal y colectiva marrada en primera persona por un detenido en el centro clandestino de detención de la Marina durante dictadura. Caffatti cuenta allí su vida y el horror que debió pasar en los dos meses que duró su cautiverio, en un texto que escribió mientras estaba secuestrado, que se publica por primera vez y que ANALISIS adelanta en exclusiva. El relato -que logró sacar a través de una compañera que fue dejada en libertad vigilada- recorre su vida, su militancia juvenil, su debut en el grupo nacionalista Tacuara, la experiencia de la guerrilla urbana, su detención y la atroz sensación que soportó al viajar en un vuelo de la muerte en noviembre de 1978, entre otras cosas. Todo ello con el aporte de periodista argentino residente en Suiza, Juan Gasparini. Lo que sigue es el capítulo en el que narra el secuestro del presidente de la Fiat francesa Luchino Revelli-Beaumont, operación cuya ejecución piloteara Jorge Caffatti en 1977.

Por fuera de estas semejanzas y de ciertas incorporaciones individuales, los tacuaras liberados en 1973 nunca se integraron colectivamente en ninguna de las formaciones armadas disponibles en el mercado revolucionario, boyando en los suburbios de las FAP. Las desavenencias y matices que los desuniformizaban de las orgas guerrilleras quedaron plasmadas a mediados de 1972 cuando Roca y Arbelos respondieron a un cuestionario que debía incluirse como entrevista en Evita, la revista del Peronismo de Base, que cejó de publicarlo por “contradicciones” en la galaxia de las FAP. Reproducido por los reporteados en Los muchachos peronistas, un libro conjunto de 1981, su contenido aglomera las posturas que reinaban entre los sobrevivientes de “Rosaura”, al cabo de los duros años de prisión. Se consideraban “militantes populares”, no “guerrilleros”. Pensaban que “la utilización de la violencia como forma de lucha política debe ser la respuesta final a la oligarquía y al imperialismo desde una organización propia de los trabajadores”, pero no creían que “la lucha armada” permitiría la emancipación “de la clase obrera argentina”, ni que fuera “el medio para crear organizaciones revolucionarias”, siendo ese “el quid fundamental de la cuestión en el seno del peronismo”. Para el “proletariado” querían un proyecto autónomo de significado peronista, sin que dependiera de la “tendencia conciliadora” que percibían en las estructuras sindicales y políticas del justicialismo. Censuraban al foquismo con el que identificaban a los Montoneros, las FAR, el ERP, las FAL y el CPL (Comandos Populares de Liberación). Los vituperaban por “marginar” a los combatientes “de la realidad, enquistándolos en organismos estancos”, que los sumía en una “lucha de aparatos” contra las Fuerzas Armadas y los obligaba a supeditar el desarrollo de las organizaciones clandestinas “a su condición de ejército”. Desaprobaban que la guerrilla se erigiera “en vanguardia autoelegida, autodeterminada” de la clase obrera. Le enrostraban pecar de “mesianismo”, desnutrida “de las verdaderas necesidades y anhelos políticos de las masas”. Portavoces oficiosos de la camada sucedánea del MNRT, Arbelos y Roca no impulsaban “ni fuerzas armadas ni ejércitos”. Pero no apuntaban a las FAP con este arsenal crítico, a la que obviamente se dirigían subliminalmente para que avanzara en “la creación de una organización política revolucionaria de los trabajadores”. Con esas pautas rechazaban la alianza de clases inherente al peronismo, ciñéndose a la “alternativa independiente” para la clase trabajadora, que campeaba en las FAP desde hacía un año, cuyo auge, apogeo y crepúsculo, como se volverá más adelante, tendría a Jorge Caffatti como mentor ideológico inquebrantable en el horizonte.

Conviene destacar que las FAP no fueron una organización “monolítica y vertical”, al estilo de sus hermanas enumeradas en el capítulo anterior, sino una “federación” de organizaciones unidas por el “reconocimiento del peronismo en su conjunto, como Movimiento de Liberación Nacional, y la lucha armada como método para obtenerla”. A la lectura de lo que hoy se conoce y de lo que se puede averiguar entrevistando sobrevivientes, es lícito inferir que su preocupación excluyente giraba alrededor de considerar, o no, a la clase obrera como el único agente social que podía llevar adelante el cambio radical que suponía hacer la revolución, cuyo exponente más exigente fuera Jorge Caffatti, uno de los “antecesores genealógicos”, emanando del MNRT. Las FAP trasuntaban el anhelo de “construir una organización política independiente de la partidocracia del PJ (Partido Justicialista) y la burocracia sindical”, que germinara de “la clase obrera y el pueblo peronista”. Ansiando no tener ataduras con el resto del andamiaje justicialista promovían la configuración de una “alternativa independiente”. Prosperaban de “una reinterpretación del peronismo”, pergeñando una “estrategia de revolución social que se apoyaba por un lado en la lucha armada y, por otro, en el trabajo de base minucioso”. Emergían en “contrapartida de un sistema político cerrado, de la impotencia de mecanismos institucionales y de la inexistencia de espacios de negociación”. Enfrentaban la proscripción electoral del peronismo, su prohibición de expresarse, la humillación social y la represión política. Pero esa lectura de “los significados del peronismo en tanto experiencia práctica” y “conciencia de lo vivido por los trabajadores”, fue bordada “con ideas y experiencias provenientes” de otras fuentes ideológicas y valores existentes “en la sociedad argentina” de entonces, que se han venido exponiendo en las vitrinas de capítulos anteriores. Todo eso condujo a las FAP a una fractura con “el legado” peronista, llevándola mayoritariamente a rehuir del proceso electoral que dio la victoria al justicialismo en el escrutinio del 11 de marzo de 1973. El grueso de las FAP prescindió de la vía de las urnas que abrió la fórmula Héctor Cámpora-Solano Lima, por más que esa “alternativa independiente” conviviera con opiniones minoritarias en su seno que manifestaran reticencias o que detonaran desprendimientos, y más allá de la posible libertad individual a la hora de votar, la cual animaría a que algunos deslizaran la papeleta del FREJULI en el cuarto oscuro.

Hasta que no tuvieran retroceso con la “alternativa independiente” en 1971, las FAP fueron un laboratorio de la lucha armada para los argentinos que aspiraban a hacer la revolución por el sendero del peronismo. En 1967 y 1968 la operatividad se desplegó sin firmar públicamente las acciones y para aprovisionar con armas y dinero, tanto a los que irían al monte tucumano (“destacamentos montoneros”) como a los que pelearían en las ciudades (“destacamentos descamisados”). Todo el esfuerzo fue puesto en la preparación de esa doble guerrilla, rural y urbana. Sus dirigentes más curtidos eran Cacho El Kadri, Néstor Verdinelli y Amanda Peralta. Fracasada la experiencia de Taco Ralo, vinieron los años de exclusiva guerrilla urbana entre 1969 y 1971, culminando en las “Organizaciones Armadas Peronistas”, instancia de coordinación de los “subversivos” justicialistas (FAR, FAP, Montoneros y Descamisados), que caducara, de facto, el luctuoso 3 de noviembre de 1971, con la muerte de tres combatientes de las FAR y dos de las FAP en la fallida intentona de raptar al delegado de FIAT en la Argentina, Luchino Revelli-Beaumont, sobre el cual se volverá en el siguiente capítulo. Esos tres años de lucha urbana arrancan el 17 de octubre de 1969, con la toma de dos puestos policiales en Tortuguitas, provincia de Buenos Aires, equipándose de algunas armas, años en que las FAP tienen una presencia encubierta en frentes de masas, especialmente estudiantiles y gremiales. De sus cuadros sobresalían Jorge Andrés Cataldo (el petiso Miguel o el Pata), ex MNRT y colaborador de los tupamaros; su mujer, la uruguaya de origen español, María Elsa Martínez (La Petisa), y Enrique Ardeti (el Gordo Quito), a los que se sumará al poco Eduardo Moreno (Negro Santiago), un ex seminarista cuya trayectoria ejemplifica la resistencia interna que provocará la implementación de la “alternativa independiente”. Sus repercusiones serían catapultadas a los Montoneros, exacerbando el desgarro de la agrupación Lealtad al inicio de 1974. Moreno, fallecido de un infarto cardíaco en 1988, protagonizó la primera separación de las FAP en septiembre de 1971, sublevándose con una parte de una columna y un “destacamento universitario” contra el aislamiento de las masas y del movimiento peronista que, a su entender, fecundaba esa “alternativa independiente”. Se le opuso porque el agobiante debate interno que generaba consumía gran parte de las energías, descuidando el trabajo de movilización popular, y la lucha militar, enajenando a la organización de la voluntad popular de sacar a la dictadura mediante cirugía electoral. Este grupo se rebeló de nuevo en 1974 contra la conducción de los Montoneros, al concluir que estos, rivalizando con Perón y retando a las estructuras tradicionales del justicialismo, eran poseídos por un dogma equivalente al que los enemistara con las FAP.

El punto de inflexión de ese primigenio desprendimiento en las FAP hay que situarlo entre la voladura de la residencia del Almirante Pedro Gnavi en abril y el 26 de junio de 1971, cuando liberaran a Amanda Peralta y otras tres presas de la unidad carcelaria U-3 “Buen Pastor”, operación en la que muere uno de sus dirigentes, Bruno Cambareri. Al conformarse el grupo que atacaría la penitenciaría, varios de los combatientes que desentonaban con la línea oficial “alternativista” fueron penalizados por la dirección de las FAP, que los vetó por “movimientistas”. La crispación que introdujo la puja entre las dos posturas llevó incluso a que cada bando rebautizara al otro con vocablos de trasfondo peyorativo, intitulando “iluminados” a los “alternativistas”, y “oscuros” a los “movimientistas”. La frontera demarcatoria la proyectaba el reconocimiento o no del liderazgo incuestionable de Perón para una estrategia revolucionaria, y la reafirmación clasista del bagaje justicialista, síntesis retrospectiva de la significación del peronismo. El pleito iría carcomiendo a las FAP, regusto que perdura aún hoy en sus sobrevivientes. El deshoje era dramático. Para los que se iban no valía la pena quedarse, así no duplicaban esfuerzos, enfilando hacia los Montoneros, compartiendo una utopía común con esa organización gemela en la que convergía preponderantemente la militancia. Pero yéndose dejaban entre dos fuegos a los que se quedaban dudando de mudarse. Los “alternativistas” seguían teniendo a los indecisos por “movimientistas”, que se transfiguraban en nuevos “iluminados” para los “oscuros” que emigraban a Montoneros. Agrio y rudo con los Montoneros, Jorge Caffatti fue adalid de los “iluminados” más intransigentes.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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