Primavera con una esquina rota

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El terrible asesinato de la familia Amestoy, de Nogoyá, durante la última dictadura militar

Juan Cruz Varela

La semana pasada, el juez de San Nicolás Carlos Villafuerte Ruzo ordenó la detención del comisario de la Policía Federal Jorge Muñoz, el suboficial de la bonaerense Carlos Alberto Azzaro y el teniente coronel Manuel Fernando Saint Amant, imputados por la Masacre de la calle Juan B. Justo, de dicha ciudad bonaerense, en la cual fueron asesinados los nogoyaenses Omar Amestoy, María del Carmen Fettolini y sus hijos María Eugenia, de cinco años, y Fernando, de tres, junto a Ana María del Carmen Granada, compañera de Gastón Gonçalves. El hecho ocurrió el 19 de noviembre de 1976, fue un operativo conjunto del Ejército, la Policía Federal y la bonaerense y que tiene como imputado al diputado nacional electo Luis Abelardo Patti y a otros dos represores, a quienes el juez decidió no detener a pesar del pedido del fiscal Juan Patricio Murray. A continuación, ANALISIS reconstruye la historia de la cruel matanza de una familia y cómo se salvó Manuel Gonçalves, el único sobreviviente de la masacre, que en ese momento tenía cinco meses.

Ese día se presumía como otro más de aquellas apacibles jornadas de primavera. El sol comenzaba a aparecer más temprano, pero esa mañana no trajo luz sino sombras. Los militares llegaron temprano con tanques, camiones y un arsenal de armas; cerraron el paso a tres cuadras a la redonda para impedir que los vecinos puedan acercarse a la zona e irrumpieron en la casa de calle Juan B. Justo 668. Eran las 6 de la mañana. Adentro estaban Omar Amestoy, su esposa María del Carmen Fettolini, sus hijos María Eugenia, de cinco años, y Fernando, de tres; y una compañera de ellos, Ana María del Carmen Granada, con su hijo Manuel Gonçalves, de apenas cinco meses. Omar y Pochi tuvieron tiempo de encerrar a sus hijos en el baño para resguardarlos, mientras que Ana María alcanzó a envolver a Manuel en unas mantas y lo escondió en un placard para que no se asfixiara con los gases que lanzaban los atacantes. Se cree que primero mataron a la pareja y el policía Carlos Alberto Azzaro confesó haber asesinado a Ana María. Cuenta que entró a la casa y que le descargó una ráfaga de ametralladora estando ella en el piso en un rincón, con las manos levantadas, suplicando que no lo hiciera. Estaba desarmada y se determinó que tenía 14 balazos en su cuerpo. Los gases lacrimógenos que los militares tiraron por la claraboya del baño asfixiaron en forma inmediata a Fernandito, mientras que la nena vivó unas pocas horas hasta que murió en el Hospital San Felipe de San Nicolás. Dicen que alcanzó a decir “me llamo María Eugenia Amestoy, tengo cinco años”.

Omar Darío Amestoy, el Negro, había nacido en Nogoyá. Era el mayor de cuatro hermanos, todos muy apegados a su madre. Ya de chico era muy activo e independiente, pero también un buen estudiante. A los 17 años terminó el secundario y se fue a estudiar a Santa Fe. Primero intentó Ingeniería Química, pero enseguida abandonó la carrera y comenzó a estudiar Derecho. A los 23 años se recibió de escribano y se volvió a Nogoyá, donde lo esperaba María del Carmen Fettolini, Pochi, su novia desde la infancia y con quien se casó al poco tiempo. Ella era una de cinco hermanos de una familia que vivía sin sobresaltos y había sido una de las primeras maestras jardineras de la pequeña localidad y trabajaba en el Colegio del Huerto. Los chicos no tardarían en llegar: primero María Eugenia, en 1971, y después Fernandito, en 1973.

En tanto, en 1969, Amestoy se hizo cargo del Registro de la Propiedad del Automotor de Nogoyá, que por esos años se había incorporado al Régimen Jurídico Nacional del Automotor. Entre Ríos fue la única provincia en la que se realizó concurso para acceder a tal cargo, del que sólo podían participar aquellos escribanos que no tuvieran registro ni adscripción, es decir que no estuvieran trabajando. “El registro es una entidad unipersonal, con empleados, que depende de Ministerio de Justicia de la Nación, pero es un tipo de trabajo muy técnico, no político, y es difícil llevarlo adelante porque requiere mucho esfuerzo, conocimiento y mucho estudio. Pero él fue uno de los mejores que tuvo la provincia de Entre Ríos. El suyo era un registro modelo”, recuerda Hermo Pesuto, que actualmente es jefe del Registro Número 2 de Paraná y amigo de Omar.

Para ese entonces, era también un activo militante barrial de Nogoyá. “En realidad, ya de chico era un gran colaborador de las instituciones del pueblo, lo que le permitió ir cosechando muchos y buenos amigos, sobre todo porque su única preocupación era el prójimo. De hecho, mis padres muchas veces no entendían su forma de ser y chocaban con él porque siempre daba todo lo que podía”, recuerda Miguel Ángel, el menor de los hermanos y que tuvo más relación con Omar, a pesar de los nueve años que los diferenciaban. Inclusive, durante la secundaria Omar integraba un grupo de estudiantes que se reunía habitualmente con el objetivo de solicitar la creación de una Universidad Nacional de Entre Ríos, a principios de la década de 1960. En su etapa de estudiante universitario militó en El Ateneo de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Litoral, una agrupación estudiantil que respondía al peronismo. Y de vuelta en Nogoyá inició una ardua tarea de militancia barrial, en una ciudad en la que las necesidades eran muchas. “Se sacaba el saco y se iba a trabajar a los barrio”, cuenta Florencia, una de las sobrinas de Omar que más ha trabajado para reivindicar su memoria y que actualmente lo hace desde la Regional Paraná de la agrupación Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (HIJOS). Siendo jefe del registro automotor, Omar había conformado una agrupación que había instalado hornos en distintos barrios y fabricaban ladrillos para construir viviendas para la gente más necesitada. También conseguían chapas y colaboraba en la edificación. “Tenía una entrega total”, agrega Pesuto.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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Judiciales

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