Cada cual atiende su juego

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Jugadores y negociados en las Salas de Juegos y el Bingo de Paraná

Noralí Moreyra

“Jugar se parece a la ruleta rusa”, dice una habitué de las Salas de Juegos de Paraná. La comparación describe las vivencias de muchos hombres y mujeres que pasan su tiempo frente a las máquinas a la espera de que la suerte esté de su lado. La edad de inicio en el juego era de entre 35 y 40 años, pero estudios recientes demuestran que descendió. Así, cada vez más jóvenes, de entre 25 y 30, asisten a las salas. La mayoría son mujeres, aunque los hombres también son asiduos clientes. La explotación de los tragamonedas por parte de capitales privados, gracias a convenios celebrados con el IAFAS, se convirtió en un jugoso negociado en Entre Ríos que por estos días está bajo la lupa de la Justicia. En esta nota, dos caras de esta problemática. Los responsables de las salas eligen el silencio. No obstante, los jugadores, en diálogo con ANALISIS, dan testimonio de sus experiencias y de lo difícil que es abandonar un vicio tan nocivo como cualquier otra adicción.

Falta de aire puro. Ésa es la primera sensación al ingresar a la Sala de Juego de Paraná, ubicada en 25 de Mayo 244. El humo de cigarrillo forma nubes grisáceas sobre los clientes que, ensimismados, no quitan los ojos de las pantallas de colores. Las luces amarillentas completan la atmósfera. Y una incesante cadena de sonidos se repite sin tregua: monedas que caen como lluvia, palancas que se accionan sin cesar, sonidos electrónicos, algo de música, celulares que suenan. Hay casi 100 personas en el predio distribuidas en las 250 máquinas tragamonedas y las dos ruletas.

Otras juegan póquer. Otras disfrutan en el buffet. Otras tachan números en sus cartones y gritan “¡Bingo!” cuando el bolillero arroja cifras con las que completar una serie numérica a su favor. Las personas hacen cola frente a la ventanilla de ventas, en donde el mínimo a invertir permitido es de 10 pesos. Si uno se detiene frente a la puerta puede comprobar que cada 10 minutos ingresan cinco potenciales clientes. Y salen otros tantos. La mayoría son mujeres con bolsas de compras. En las horas pico nadie se va despacio del predio. Parecen correr una carrera para recuperar el tiempo que pasaron sosteniendo un duelo con las máquinas: miran el reloj, cuentan el dinero y se lanzan a la calle a toda prisa. Curiosamente, esa secuencia se repite como se repite todo allí. Como ha escrito Beatriz Sarlo, las máquinas de juego son un “infinito periódico”: cada tanto termina un ciclo y recomienza otro básicamente igual, pero al mismo tiempo caracterizado por variaciones.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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