C. C.

La escritora y dramaturga rosarina Patricia Suárez viajó a Paraná para presenciar la puesta en escena de tres de sus obras: Casamentera, La Varsovia y Desván, que realizó el Elenco Rotativo de la UNER, dirigido por Lito Senkman. Suárez, que vive en Buenos Aires, ganó el Premio Clarín de Novela por su obra Perdida en el momento, lo que le valió ser reconocida en el panorama literario nacional. En la actualidad sus nuevas producciones obtuvieron nominaciones a los premios ACE. En diálogo con ANALISIS, la narradora habló de sus proyectos, de cómo son vistas sus obras por la crítica y cómo es la rutina de trabajo de alguien que apuesta a las emociones como lenguaje universal.

Empezó a escribir en forma autodidacta pero es narradora genuina. Rosarina, treintañera, madre de una pequeña niña llamada Alegría, vive hace dos años y medio en el barrio de San Telmo, en Buenos Aires. Allí, todas las mañanas se levanta a escribir, o en realidad se sienta frente a la computadora a ver qué pasa. Revisa mails, relee lo que ya tiene escrito, hasta que surgen poco a poco los personajes y sus voces en las palabras que artesanalmente va combinando en su procesador de texto. Divide su tiempo entre la escritora y la madre, pero ninguna circunstancia la hace renunciar al oficio de la palabra escrita. Su obra fue bendecida por la prensa y la difusión que sólo pueden dar galardones como el Premio Clarín Novela. Precisamente fue con su obra Perdida en el momento que obtuvo esa importante distinción. Pero hay una cosa que aclarar: su talento innato es totalmente previo a su trascendencia en los medios. “Yo escribo siempre. Este año estuve muy abocada al teatro -al texto dramático-realmente por placer, porque me apasionó y experimenté que era muy lindo esto de ver que los directores enseguida querían que hiciera un texto y participar ellos de alguna manera del proceso. La escritura en relación con un director teatral es una experiencia que yo no había hecho nunca”, comentó la escritora. “Ahora, en estos meses, es como que decidí trabajar en proyectos más chiquitos. Quiero decir que nunca trabajé para el teatro comercial, pero la verdad es que no es lo mismo el Teatro Pairó que un teatro en un lugar más escondido. En definitiva, más allá del ámbito, planeo estos proyectos para actrices que son más o menos de mi edad y que me interesan por cómo trabajan. Y por supuesto, ver qué pasa, porque lo generacional y lo femenino serán algo así como ejes centrales”, agregó.

Antes de comenzar la charla, Patricia habló de lo gratamente sorprendida que estaba con el grupo de actores que dirige Senkman. Explicó que, por ejemplo, la versión de Casamentera la había fascinado y que era una de las mejores que habían hecho con su texto. Se sentía realmente a gusto, distendida, seguramente por el reconocimiento que el ámbito teatral y el público paranaense hizo de su escritura durante el mes de noviembre.

“No hay algo específico que me motive alrededor de una temática. En el caso de la trilogía Las Polacas, nació de una inquietud mía de confrontar el prejuicio rosarino medio machista que había de las polacas, que todos creen que se divertían con la vida que llevaban. O la otra visión de la trata de blancas, que era la infelicidad completa todo el tiempo. Mostrar otras facetas de estas imágenes estereotipadas. Me gustó cruzar un poco el humor y la tradición judía con lo que había sucedido. Bueno, yo siempre digo que incluyo el humor, pero la verdad es que viendo la obra, acá en Paraná por ejemplo, no se lo encuentro. Al contrario, me mató. Porque en realidad todo es muy fuerte, por más que haya momentos en donde uno se ríe. Es muy fuerte, te emociona demasiado. Es por eso que creo que el humor dentro de la crudeza de mis textos aparece como lucecitas para el espectador, como pausas”, se explayó la autora de Las Polacas.

La vida es eso, el drama deja intersticios para la nota de humor. El tapadito, de buena crítica, se trata de dos mujeres, una esposa de un jerarca nazi y la otra una modista que fue víctima de este hombre y que trata de vengarse. En semejante trama irrumpe también el humor con sarcasmo. Cosa que también pasa en Las 20 y 25, donde los mucamos de una agonizante Eva Perón se debaten en la incertidumbre de no saber qué les deparará la suerte de ahora en más. Sin dejar afuera a Rudolf, espléndidamente interpretada por Patricia Palmer. “Entonces te puedo decir que mis obras tienen excelente crítica pero, por otro lado, el boca a boca para que vayan a verlas no funciona. No se las recomienda. Pero claro (se ríe), es tan fuerte que nadie le dice a un amigo ‘si querés sufrir andá a ver esta obra que te mata’. Si decís esto, obviamente el otro no va porque todos tenemos una semana difícil como para terminarla el fin de semana a la noche llorando”, confiesa la autora, sin abandonar su sonrisa por el contrasentido. Pero más allá de esta paradoja, la gente va igual porque se interesa. Porque de todas formas trasciende que las historias son un poco de todos y de temas en que la historia argentina están íntimamente ligados aunque la autora no se lo proponga.

“También estoy escribiendo una obra de temática compleja, y desde ya que voy a poner un personaje que cuente chistes en la obra para que la gente no se inhiba ante la temática. Junto con Leonel Giacometto, mi compañero autor, estamos encarando una obra sobre el secuestro y la captura de Adolf Eichmann en Argentina, sobre todo lo que pasó esos tres días que estuvo secuestrado aquí por el Mosad. Es un personaje difícil de hacerlo hablar, una experiencia maravillosa pero que en lo posible no quiero hacer más. Y es cuando un director de teatro te pide una obra y me dice ‘las cosas son así y así pero sos vos la que sabés escribir espléndidamente’. Bueno, yo me entusiasmo, me imagino todo pero el director después me dice que quiere que esté Eichmann adentro de la obra. Es muy difícil, cómo se hace hablar a un tipo muy malo. Bueno, lo hacemos, lo incluimos en el texto, pero al tiempo nos dice: ‘Estuve pensando que sería bueno que no estuviera en la obra’. ¡Ay!, entonces para qué me lo encargaste”, relata. Por eso, la narradora concluye que la representación es el punto de debate entre el escritor y el narcisismo del director, que no suele escribir sus propios textos.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)