Admiradores de las esvásticas

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Sospechan que la instalación de una bomba en la Escuela de Comercio pudo haber tenido connotaciones antisemitas

Jorge Riani

El caso de la instalación de un explosivo casero en el pupitre de una alumna de la Escuela de Comercio Número 1 de Paraná llegó a oídos de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), en la Capital Federal. Han tomado el caso con cautela pero también con preocupación, enterados de una serie de hechos antisemitas que se dieron entre alumnos de ese establecimiento educativo. Una investigación de ANALISIS pudo establecer que en los días previos al caso del explosivo, otra chica -por portar una identificación religiosa que no pertenece al catolicismo- recibió una misiva con una fuerte reivindicación hitleriana. Además, una docente debió emplazar a directivos para que blanqueen una pared en la que había pintada una cruz esvástica del tamaño de un mural, con pequeñas banderas israelíes atravesadas por frases como “Hitler vivo. Mueran los judíos. Viva el genocidio”.

“Hitler empezó con una bomba, y después los mató a todos”. La frase convertía un simple papel en una inequívoca y terrible amenaza que tuvo como destinataria a una alumna de la Escuela de Comercio Número 1 de Paraná. Fue este año, y el hecho tomó trascendencia en parte de la comunidad educativa de ese establecimiento esta semana, cuando comenzaron a ventilarse no pocas situaciones de marcado contenido judeofóbico.

En medio de esa situación se produjo un hecho que tuvo trascendencia pública y que los medios se limitaron a presentar como una cuestión de celos entre buenos alumnos en su puja por portar la Bandera: la instalación de una bomba casera en el pupitre de una alumna del segundo año de Polimodal.

Se trata de un hecho que involucra a menores, y eso obliga a la cautela absoluta en el tratamiento periodístico. Desde cuestiones formales o legales hasta fuertes convencimientos editoriales determinan que no se publique ningún nombre de menores para abordar un tema tan preocupante como complejo. Pero es precisamente por preocupante que no hay posibilidad de que no sea tratado públicamente.

En principio, habrá que decir que no es un hecho que haya pasado inadvertido que quien recibió la caja con dos botellas de gaseosa portando tres kilos de pólvora, tornillos, clavos, bolillones de acero e imanes a modo de esquirlas, pilas formando parte de un circuito de fina soldadura y un detonador de plástico, era una chica de la comunidad judía de Paraná.

El hecho ocurrió el 15 de noviembre, pero pasaron varios días hasta que tomó estado público. Una vez instalado el tema, autoridades de Bomberos confirmaron lo sucedido y advirtieron que la bomba casera no podía detonarse, “pero en caso de habérsela conectado se hubiera convertido en artefacto explosivo de bajo poder, que pondría en peligro a la persona que lo manipulase”, según informaron los medios de cobertura diaria.

Ningún medio de la capital entrerriana le atribuyó -y ni siquiera sospechó- alguna connotación de discriminación o intolerancia racial y religiosa al hecho. Desde luego que es la Justicia la que debe arribar a cualquier conclusión al respecto. No obstante, cuando a los dos días el rector del establecimiento escolar, Miguel Langhi, dialogó con Radio Mitre, de Buenos Aires, dejó entrever que antes de que apareciera el explosivo, algunos de los alumnos presuntamente involucrados habían expresado consignas de fuerte sentido antijudío.

Quizás a esa altura de los acontecimientos Langhi haya sabido que en la Capital Federal el hecho es seguido con cautela pero también con preocupación por la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), y que no había mucho margen para bajar el perfil a un hecho grave.

La exposición pública del caso determinó que el inquietante circuito cerrado entre víctimas y victimarios de otras amenazas se conociera, de modo que pronto fue posible establecer que otros hechos que se consideraban aislados eran parte de un conjunto de expresiones igualmente intimidantes.

Los familiares de la menor a la que se le envió el artefacto no quisieron hablar con ningún periodista, según expresaron ellos mismos a ANALISIS. Huelga decir que cualquier decisión al respecto está bien y es absolutamente entendible en medio de una situación atravesada por el temor y la amenaza concreta.

Pero otra fuente que conoce el caso no dudó en sentenciar que “se trata de un serio hecho antisemita” al que la prensa trató como una cuestión de alumnos traviesos. Entre los testimonios recogidos se pudo conocer, además, que hace poco más de un mes un docente de esa escuela emplazó verbalmente a los directivos para que borren la pintura de una esvástica en un aula. “Estaba pintada con esmero, en una pared del tamaño de un mural; además había frases como: ‘Hitler vivo. Mueran los judíos. Viva el genocidio’. También aparecían banderas israelíes atravesadas por esvásticas”, dijo la fuente entrevistada.

El hecho de que el anónimo autor haya conocido cabalmente los detalles de la bandera del Estado de Israel da indicios de que es algo más que el simple caso de un menor desorientado. Este caso, vale reiterarlo, ocurrió poco más de un mes antes de que se conociera la instalación del explosivo.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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