El tabú del sexo

Edición: 
687
En torno a las controversias por la Ley de Salud y Educación Sexual

S. M.

Esta semana se conocieron nuevas cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que arrojan un importante incremento en los números de personas contagiadas de HIV. Y en la provincia crece la avanzada contra la legislación que dispone la creación de un sistema de salud y educación sexual que podría ayudar a prevenir contagios, muertes y embarazos no deseados. El gobierno, en el marco de la dilatada implementación de la norma, termina de delinear los programas para las escuelas, pero sin la participación de representantes gremiales, ni la universidad nacional. En un escenario cargado por la presión del clero para sesgar la perspectiva sobre el tema, asoman en la discusión distintos conceptos y valores sobre las prácticas sexuales y la educación. En diálogo con ANALISIS, la antropóloga María Laura Méndez habló sobre las matrices culturales que sostienen el debate, la privatización de la sexualidad, la comunidad perdida, el papel de la familia, las mujeres, la Iglesia, el Estado y la escuela pública.

En el marco de la demorada implementación de la Ley provincial Número 9.501 de Salud y Educación Sexual, el lunes pasado la funcionaria del Jurado de Concursos del Consejo General de Educación (CGE), Silvia Kupervaser, se ufanaba ante la prensa sobre el avance y los logros alcanzados por la “comisión ad hoc” conformada para definir las líneas centrales de los programas para las escuelas y el modo en que se capacitarán los docentes el año que viene. Lo que obvió de comentar en su optimismo Kupervaser es que a dicha reunión no fueron convocados, por ejemplo, ni la Asociación Gremial del Magisterio de Entre Ríos (AGMER), ni la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER), entidades que alguna vez supieron participar en este tipo de cónclaves y que sin menoscabar a otras, están directamente involucradas en la temática que se pretende regular. Tampoco desde el sindicato y la casa de altos estudios estaban enterados de que mañana se pensaba concluir con los aportes elaborando un informe que servirá de base para las tareas en el 2006. Todo así parece suceder con la Ley Número 9.501; demora, improvisación, una participación inclinada a favorecer las posiciones de los representantes religiosos y, sobre todo, torpeza política a la hora de definir una línea de acción que atienda las problemáticas que se pretenden resolver. Sin ir más lejos, el día que Kupervaser satisfecha hablaba sobre los resultados alcanzados en la reunión por la educación sexual, la Organización Mundial de la Salud (OMS) difundía los últimos números que daban cuenta del impresionante crecimiento de las personas contagiadas por HIV: 40 millones en todo el mundo, 5 millones más que el año pasado; y las relaciones sexuales heterosexuales sin protección son la principal causa del contagio en la Argentina.

Para tratar de desentrañar algunos aspectos de fondo que tiñen la discusión por la implementación de la normativa sobre salud y educación sexual, ANALISIS dialogó con María Laura Méndez, antropóloga y docente de la UNER.

-¿Por qué la educación sexual, la sexualidad misma, se constituye como en un tema tabú?
-A mí me parece que uno podría pensar que en la modernidad, si hay un síntoma, es el de la preocupación por la sexualidad. Consecuencias y efectos en este período, sin saberlo, de la ruptura de la comunidad. Uno tendría que partir de ahí. Con la ruptura de la comunidad que se da en el seno de la sociedad europea como consecuencia de la instauración de un nuevo régimen, no se previó nunca la dispersión de los sistemas comunitarios. Eso significó no sólo no tener más tierras -como dice Marx la primera vez que los hombres están desterrados-, sino que tampoco tener saberes sociales. Estos saberes construidos históricamente por las comunidades, con todas las variedades, modificaciones, transformaciones, mutaciones que uno pueda pensar, se diseminan -para usar un término de Derrida-, y en su reemplazo estaría el llamado conocimiento científico y fe en la ciencia. Esto, obviamente, no sirvió para reemplazar estos saberes que son propios de cada ethos cultural.

-¿En esos saberes comunitarios estaba la educación sexual?
-En esto está inscripta especialmente la sexualidad. Porque la sexualidad se naturaliza, se encierra -como dice Foucault- en el lecho matrimonial y en el confesionario, que son dos dispositivos de poder, dos maneras de encerrar una temática. Él dice no se reprime la sexualidad, sino se restringe a estos lugares. Se puede hablar de sexo sólo en relación al matrimonio y en relación a la confesión, lo cual implica un dispositivo de poder y de control sobre los cuerpos. Seguramente, no hay cultura que no tenga formas e incluso tabúes de la sexualidad. No estamos diciendo que no haya tabúes de la sexualidad en tanto siempre en toda cultura hay algo permitido y algo prohibido. Hay canales por los que fluye esto que se permite y lo que no se permite, pero siempre sin que esto tenga el costo que tiene en nuestra cultura. Entonces me parece que estalla porque no tenemos los saberes comunitarios, los saberes del llamado conocimiento de la ciencia no han servido porque no sirven para poder reglar las experiencias de los cuerpos; entonces es como que los cuerpos están librados a su propio devenir sin una normativa que pueda hacer de esto el espacio creativo. El sexo se convierte, sobre todo en la cultura cristiana -más que en la judía-, en motivo de pecado. Lo cual uno podría pensar: ¿qué raro, no? Porque en realidad hay pecados peores, como el de la exclusión, el exterminio, las matanzas, la inquisición; todo esto ha sido mucho peor que la práctica de la sexualidad. Sin embargo, la práctica de la sexualidad es como de tabú en relación, incluso, a la experimentación del propio cuerpo. Para poner un ejemplo, en la cultura mapuche hay un aprendizaje de la experiencia corporal con el sexo: a partir de los ocho años las madres les transmiten a las niñas qué es lo que se sienten en el cuerpo con el sexo. Por lo cual hay experiencia de sensaciones corporales que en nuestra cultura ni hablar, está absolutamente prohibido. Esto tiene sus efectos, lo toma Freud, que da cuenta lo que significa en la conformación psíquica la represión de la sexualidad. Pero va más allá de eso, lo que se pierde es un saber cultural. No se sabe la práctica del sexo si no se transmite. Bueno, todo esto es imposible de pensar en una cultura como la nuestra, donde la idea de sexualidad ha quedado ligada a la de moralidad. Yo insisto: ¿no son mucho más inmorales otras conductas?

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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