Luis María Serroels
La fuerte demanda ciudadana que hizo eclosión en diciembre de 2001 con su trágico saldo, incluyó dentro de su contenido una fuerte crítica a la voracidad de la mayoría de la dirigencia que encuentra en la política un medio para salvarse en su posicionamiento social y en su nivel económico.
Tómese un gran número de casos que muestran de qué modo se ha venido trazando el itinerario de muchas personas, que en una especie de escalafón -y al estilo de los simios- nunca abandonan una rama sin asegurarse estar prendidos a otra. Ejemplos sobran de aquellos que, desde 1983, han ocupado cargos electivos sin solución de continuidad y en distintos niveles jurisdiccionales (llámense nacional, provincial o municipal), concretando una sumatoria de funciones, incluso hasta abandonándolas a mitad de camino para trasladarse a otras.
Aparte de ello, se dan situaciones de alineamientos sucesivos con dirigentes superiores, en mutaciones sólo entendibles en función de infaltables especulaciones personales (en el gobierno nacional no son pocos los que abandonarán sus cargos para encaminarse a ocupar una banca en ambas cámaras del Congreso).
El 23 de octubre dejó en nuestra provincia un mensaje que permite más de una lectura. Un oficialismo manteniendo su caudal de 2003 pero alargando la brecha sobre sus seguidores con ligero aumento, y una posición atomizada, y por ende debilitada, realidad que la obliga a rediseñar estrategias en cuanto a su futura construcción política.
Pero como símbolo inequívoco de la voracidad existente y dándole solidez a los reclamos de hace cuatro años (el “que se vayan todos” no logró sus objetivos, sino que terminó siendo objeto de una cruel burla), a partir de la reacción del Poder Ejecutivo sobre la consulta, la reforma y el sui generis renunciamiento anunciado el jueves pasado, a lo que se sumó la intención de Jorge Busti de mirar hacia su esposa a la hora de decidir su sucesión, se comenzó a desencadenar lo que en el propio título de esta columna denominamos “glotonería política”.
Cuando no se ha desandado ni la mitad del recorrido en términos de gestión, ya se están tirando nombres en un juego en el que la ironía y el sarcasmo ocupan palcos preferenciales.
¿Cómo se entiende que un gobernador esté apuntando a la próxima contienda electoral cuando aún le restan tantas cosas por hacer y promesas por cumplir? Y la respuesta no se hizo esperar. El avispero de la interna fue tocado por una vara inoportuna que alteró el enjambre y comenzó a poblar la atmósfera con molestos zumbidos.
Como si se hubiese estado aguardando un elemento disparador, la porfía se desentumeció y se empezó a escribir otra historia entre los que siempre mantuvieron latentes sus ambiciones ahora reflotadas y los que se han visto sorprendidos por el anuncio del mandatario de procurar que nadie sea reelecto, lo cual deja muchos proyectos fuera de concreción. Sin contar con quienes ya están sacando cuentas para ver de qué modo se puede negociar, para eludir hábilmente la eventual cláusula aún no consagrada, mediante un ingenioso canje de bancas al entrecruzarse los actuales miembros de ambas cámaras. Es que esta maniobra no estaría vedada y ni siquiera la ética podría impedir que se vulnere el espíritu de la idea del gobernador.
¿Cómo interpretar que Busti se proponga por un lado igualar derechos y evitar discriminaciones, mientras por el otro aceptaría el cambio de recinto a diputados y senadores? Es que si el artículo 120 de nuestra Constitución provincial prohíbe no sólo la reelección del gobernador y el vice sino que les veda sucederse recíprocamente, es raro que se acepte un juego malicioso de intercambio de escaños que, en el fondo, no sería otra cosa que una treta institucional. Ardid que también permitiría que los legisladores se refugien en municipios y viceversa para no perder el tren.
Como en el baile de la escoba cuando todos acuden a ganar un sitio para no quedar afuera, aquí habrá una desesperada corrida (¿a quién se le ocurriría poner trabas a la vigencia del escalafón político? ¿Acaso a sus usufructuarios?).
Nos preguntábamos en nuestra última columna dominical cuántos se atreverían a enfrentar internamente la señora Cristina Cremer al momento de definir candidaturas, lo cual supondría agregar un lastre adicional a la puja: sería arremeter no sólo contra el bustismo sino ¡contra la misma consorte del mandatario!
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)