Jorge Riani

El gobierno transita un sendero plagado de dificultades en su afán de lograr la reforma de la Constitución. La derrota del Sí en la consulta popular es algo que el Gobierno provincial está dispuesto a discutir, cuando no a seguir presentando como un triunfo. Pero el problema para el oficialismo es de mayores dimensiones: la imposibilidad de lograr las alianzas en la Cámara de Diputados a fin de sumar los 19 votos que requiere la declaración de necesidad de la reforma de la Constitución. Sin eso no hay reelección del gobernador. La negativa de la oposición radical y de los diputados del Bloque Integración conjura contra el sueño de perpetuidad, mientras que el fantasma de la compra de conciencia que sembró el caso Del Real obliga a ser cautelosos, prolijos e intransigentes.

El piloto político del gobierno entrerriano vive las sensaciones de la ambigüedad que se cimienta en el histórico triunfo político en las elecciones legislativas, por un lado, y en el hecho de que ese triunfo signifique poco menos que nada a futuro si no se logra habilitar la cláusula de la reelección del gobernador, por otro.

Con las máscaras puestas de Talía y Melpómene -la que ríe y la que llora en la alegoría del teatro- el bustismo atravesó la singular experiencia de ganar y perder al mismo tiempo en las arenas electorales del domingo 23 de octubre. Ganó el respeto del poder central al aportar tres diputados nacionales a la causa del kirchnerismo, pero también triunfó el gobernador Jorge Busti en persona, a partir de que interpuso su figura en la campaña política. Y perdió la pulseada de la consulta popular porque, aunque el oficialismo lea los resultados a su modo, no pasa inadvertido que el Sí a la reforma no logró superar la suma de los votos negativos y de las abstenciones, que fue otro modo militado de decir no a la reforma constitucional.

Como sea, la discusión es tan insalvable como infértil. Porque en verdad, la máscara más trágica que el bustismo halla no está en los resultados de la consulta sino en el cerrojo que no logra abrir en el seno de la Cámara de Diputados. Se ha dicho ya que el oficialismo necesita cuatro votos ajenos en ese cuerpo legislativo para declarar la necesidad de la reforma constitucional, peldaño fundamental para convocar a la convención constituyente.

La cuenta más generosa que el oficialismo puede hacer determina que le estaría faltando tan sólo una voluntad más entre las bancas de la oposición. Todo es tan sencillo como que el futuro político de la fuerza que fue hegemonía justicialista durante las últimas dos décadas está en las manos de un diputado. Esto es así si se interpreta que los legisladores más dialoguistas de la oposición terminarán votando por la necesidad de la reforma constitucional, lo que tampoco es tan seguro.

Es en este contexto en que las mentes de quienes siguen el proceso hacen un repaso por las bancas de la oposición deteniéndose en cada lugar para imaginar cómo jugarán en el partido que desvela al más fuerte poder político entrerriano. Cada línea en las solicitadas publicadas posteriormente a las elecciones legislativas, cada declaración en programas de radio y televisión, cada comunicado publicado en sitios digitales de noticias cargadas del mensaje de los legisladores de los bloques de la UCR e Integración, no hicieron sino más que sostener en el tiempo lo que se dijo tempranamente: no están dadas las condiciones para la reforma y hay otras prioridades antes que modificar la Constitución.

Con ese mapa, la estrategia oficialista de seducir a fuerzas políticas sin representatividad legislativa no es más que un gesto a destiempo sin ningún tipo de incidencia real en el curso de los hechos. El curso acelerado de buenos modales de quienes hasta ayer eran los ejecutores de las pirotecnias verbales más estridentes contra la oposición no alcanza para revertir una situación que se le presenta difícil al oficialismo.

No es así en todos los casos, tomando en cuenta que el ministro de Gobierno, Sergio Urribarri, logró sentar a la diputada Lucy Grimalt (La Red-Paraná), a horas de realizada la consulta popular. Esa agrupación que se ligó cuantos desprecio se le ocurrió al titular de la bancada justicialista de diputados, Emilio Castrillón, pasó de ser del “partido de los ruleros” -como le llamó insolentemente en una sesión- a ser el único partido con representatividad legislativa que acudió a la convocatoria del gobierno para hablar de la reforma.

La cumbre Grimalt-Urribarri mereció la atención de un artículo demoledor por parte del periodista Tirso Fiorotto. “Llamó a no votar o a votar por No, pagó una solicitada en los medios pocas horas antes de las elecciones, y todo por el No. Pero después de que el pueblo hizo el gran esfuerzo para rechazar el sobre verde, o meterle un No, y cuando las cuentas daban una mayoría abrumadora por el No o el no voto, es decir, cuando el Sí quedó en minoría absoluta, Lucy se apresuró a sentarse con el ministro Urribarri y respondió Sí”, decía el artículo publicado originalmente por Diario Junio.

“Ni se lo comentó a su compañero de fórmula, José Iparraguirre, que se enteró por los medios. Fue ella sola. Ella y su séquito de sabihondos. Típico de ‘iluminados’ que creen ver más allá, y estar un paso adelante cuando en verdad uno los ve un kilómetro atrás. Como el Alfonsín del Pacto de Olivos, que llamaba a decir No a la reelección y un buen día despertó a los argentinos con la novedad de que había que decir que sí, porque él se había levantado con el pie derecho. (¡Las bondades del reeleccionismo y del tercer senador conseguidos por el acuerdo Alfonsín-Menem saltan a la vista!)”, decía el artículo de quien también es corresponsal del diario La Nación de Buenos Aires.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)