En la Cámara II Civil y Comercial de Paraná se tramita una denuncia contra la escribana Hilda Beatriz Schimpf de Folmer, acusada de haberse aprovechado de la situación de debilidad de un hombre alcohólico y poco instruido, para quedarse con su campo. La sentencia, en primera instancia, deja al descubierto una estafa basada en engaños y ocultamientos, al punto que la escritura -realizada por el notario del poder Víctor Badano- fue declarada nula. La operación se hizo a un precio escandalosamente bajo y, para colmo, la “compradora” nunca pagó más que una mínima parte. Una historia de estafa de guante blanco.

Jorge Riani

Además de enojos circunstanciales y planteos de ofendidos colegiados, los artículos de ANALISIS publicados en las últimas tres semanas sobre los abusos “legales” por parte de abogados contra sus clientes, han aportado el conocimiento de más casos y han subido al atril de los temas a debatir la Ley de Aranceles de Abogados y Procuradores.

El despecho de algunos profesionales, la incontenible bronca de los estafados y la alevosía de un modo de proceder que siembra indignación allí donde hay un empleado recepcionando los trámites necesarios para consumar la estafa, son las grietas por las que se cuelan estas historias. Historias negras, donde el instrumento utilizado para la expoliación de bienes no es un revólver sino la ley, con autores que -muchas veces- gozan del respeto social que le dan los títulos y dineros malhabidos.

Una causa que se tramitó en el Juzgado Civil y Comercial Número 2 de Paraná arrojó como resultado final una sentencia que no es otra cosa que la narración técnica de una historia que muy poco costaría sumar a la saga del cine negro. Porque hay villanos y débiles, y una sensación de impunidad que aterra cuando se advierte que el concepto del mal se diluye en la letra fría de la ley.

El hecho se judicializó cuando los hijos de un hombre que tenía varias hectáreas en las afueras de Paraná, advirtieron que el campo de su padre estaba a nombre de la escribana Hilda Beatriz Schimpf de Folmer. El preocupante dato saltó cuando le encargaron a un agrimensor que marque los trazados legales sobre los límites de la propiedad.

Con ese dato, los hijos comenzaron a indagar y -según lo que se narró a este semanario- llegaron a la conclusión de que la escribana se habría adueñado del campo tras emborrachar al verdadero dueño, un hombre llamado Elías Ever Guerrero.

En la sentencia judicial, apelada ante la Cámara correspondiente, se indica que “la venta en cuestión fue efectuada a favor de la demandada (la escribana Folmer) por un precio vil, y aprovechando la situación de inferioridad del actor (Elías Guerrero) en razón de su alcoholismo crónico, y la relación de confianza que se había generado, por ayuda en dinero que le hiciera la escribana, la que en razón de su profesión se encontraba en situación de superioridad frente a la escasa instrucción del accionante”. En otras palabras, de lo que se trata -según se deduce del escrito judicial- es de que la escribana se acercó al hombre para ganar su confianza a cambio de algunos pesos y aprovechar para apropiarse de su inmueble.

Entre barato y gratis

La cosa no queda ahí, porque “la escasa suma -dice la resolución judicial- correspondiente al precio de 159.000 pesos, nunca le fue entregada (al estafado), habiendo firmado recibos en blanco”, y agrega que “el precio resulta inferior al de plaza, en tanto se pagó 300 pesos la hectárea, cuando su valor era de 1.200 a 1.500 pesos, y en un plazo que llevó a que se abonara con el precio de los arrendamientos”.

No es extraño que los hijos del hombre estafado se hayan enterado de la situación por casualidad, ya que hubo toda una operación para ocultar lo que en verdad se estaba consumando. “En el contrato se pactó un comodato a favor de Guerrero, por el plazo de 18 meses, de modo de ocultar el negocio a sus hijos”, dice la sentencia.

Con la intervención del escribano Víctor Badano, fue posible separar una porción que le pertenecía a Guerrero de un total de 465 hectáreas que habían dejado sus padres distribuidos en herencia. Fue así como la escribana Folmer, con la escritura hecha por su colega, se auto-otorgó 280 hectáreas, de las que hipotecó una fracción de 100 hectáreas “a favor del Banco de la Nación, obteniendo asimismo un crédito en el Banco Río de la Plata SA, el que no pagó, por lo que se ejecutó la deuda de 108.000 pesos en el Juzgado Civil y Comercial Número 1”. Queda claro que la escribana supo hacer dinero sin perder tiempo con el campo.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)