Pablo Rochi

Para los registros y las estadísticas ya son cinco los títulos conseguidos por Entre Ríos en el Campeonato Argentino de Básquetbol. Y no es una mera noticia que quedará en el tiempo y en los archivos. Para nada. Cada uno de esos logros tendrá su historia, sus recuerdos y sus anécdotas. Desde aquel inolvidable triple de Aníbal Sánchez en el 89 hasta esa corrida de Eduardo Villares en los segundos finales ante Buenos Aires, los planteles entrerrianos han dejado sus huellas a lo largo del “más argentino de los campeonatos”.

No es por nada, pero nuestra provincia nuevamente demostró en Misiones que el básquet se vive de manera muy particular. Hay pasión, hay orgullo y ganas de ganar. Y este título, tan importante como los otros, fue una clara señal de que Entre Ríos hace tiempo que marca tendencias.

A lo mejor en Misiones se vio una versión distinta del resto de los elencos de nuestros representativos que brillaron en anteriores argentinos. Hasta este 2005, los cuatro seleccionados que se consagraron campeones en este certamen fueron aplaudidos por la gran producción ejecutada en el campo de juego y por la técnica, siempre vistosa, con la que levantaron las copas.

Sin embargo, este formato 2005 no tuvo tanto brillo ni tampoco mostró facetas de un equipo fantástico. Por el contrario, jugó con el corazón, con el alma y con las ganas de salir tan campeones como los otros, que al final de cuentas tiene el mismo valor.

“Hay que disfrutar este momento. No es fácil llegar a las finales durante mucho tiempo como lo viene haciendo Entre Ríos. Y esta provincia lo hizo. Y no solamente llegó a las finales sino también en muchas oportunidades las ganó”, dijo el entrenador Fabio Demti, santafesino de nacimiento pero entrerriano por adopción.

El actual plantel no fue muy distinto a aquel que el año pasado llegó a la final del Argentino de Neuquén jugando un básquet de alto vuelo. A éste se le agregaron Claudio Farabello, Martín Ghirardi y Sergio Ravina por Maximiliano Riolfo, Luciano Rivero y Salvador Bahler. Sin embargo, dentro de la cancha, la línea de juego no mostró esa lucidez y esa concepción de básquet vistoso y efectivo que sí generó en la anterior edición.

Igualmente mucho no importó porque el equipo se adaptó a las necesidades y las buenas intenciones del momento. Así, la primera fase la pasó por la calidad del plantel sobre rivales de inferior condición. Salvo Córdoba, otra potencia, el equipo no sufrió para pasar a la siguiente ronda, aunque sabía que no estaba rindiendo de la manera esperada.

“No jugamos como nosotros queríamos. A lo mejor por falta de trabajo o porque los rivales también no nos permitieron contar con un desafío mayor”, señaló Maximiliano Maciel, una de las gratas sorpresas que tuvo el equipo.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)