Por Roberto Romani (*)
Elegiste la tarde del domingo para cerrar tus ojos y abrir las puertas del cielo.
Querida Martha Cuatrín: hace cincuenta años que conozco tu sonrisa y tu ejemplo.
Hace cincuenta años que admiro tu compromiso cristiano y la manera sencilla y buena de amar a los hermanos.
Desde que mi asombro gurí encontró tu cántaro de ternura guiando los pasos esenciales en el colegio de Larroque, hasta los abrazos fraternos en el Cristo Redentor, siempre descubrí en tus ojos de primavera todas las bondades que las Franciscanas de Gante volcaron en cuchillas entrerrianas desde su llegada, en el invierno de 1893.
Pienso, como Cristina Saluzzi que ustedes "sembraron capacidad y valores, y cuando tuvieron el corazón y las manos llenas con la cosecha, la entregaron.
Con los años las encontré en la Gratia Plena de Nervo, porque eran llenas de gracia como el Avemaría, quien las vio, no las pudo ya jamás olvidar."
Querida Hermana Martha: sin tu protección y tu alegría nos quedamos un poco solos.
Todos los franciscanos y quienes crecimos junto a tu sombra aliviadora, extrañaremos tu palabra y la brisa fresca de tu peregrina canción que, desde hoy, quedará al cuidado de Monseñor Van Damme y una multitud de grillitos costeros en Villa Urquiza.
PAZ Y BIEN, dijiste aquella mañana de otoño, con el primer saludo, allá lejos y hace tiempo.
PAZ Y BIEN, decimos tus discípulos ante la irremediable despedida.
PAZ, llevarás a las alturas de la eternidad por tu generosa entrega de amor.
Y el BIEN que dejaste en nuestra piel agradecida, trataremos de multiplicarlo en tu nombre, hasta el final de los días.
(*Publicado en el Facebook personal de Roberto Romani)