A treinta días

Emergencia

Cuando la emergencia se convierte en norma.

 

Por Carmen Úbeda*

Equivocación y volatilidad condujeron a los inesperados resultados de aquel agosto 11. A partir de allí, “Todo empezó a oler a podrido en Dinamarca”,  para retomar la reiterada cita shakesperiana de años pasados cuando se trataba de representar un pandemónium social y político.

Ahora es para siempre

Como colofón de tanto estropicio, finalmente se votó por unanimidad la ley de emergencia alimentaria. Ya existía la de emergencia social, la de emergencia económica… Es este un país que responde a leyes de emergencia. Se vive en la emergencia…. y se piensa con esa lógica, pero la lógica de la emergencia utilizada por operaciones normales del pensamiento sería entendida como provisoria. No es así en Argentina: se sabe que lo provisorio se convierte en norma y la necesaria norma a largo plazo se ve eliminada por la permanente contingencia. En Argentina, ahora es para siempre .No se trata de un sueño romántico ni del título de un novela rosa. Se trata de vivir sin señales ni horizontes.

 En la opinión de quien escribe, todo  el tratamiento que se viene haciendo del hambre y de la pobreza es falaz. La mendacidad no reside en su inexistencia, todo lo contrario, los factores que la constituyen son muchísimos más y más complejos. En cuanto a los mecanismos que se utilizarán para reglamentar y aplicar esta ley tan deforme como la de la emergencia social (disculpas a los especialistas), revisten el colmo de la paradoja: se va a recurrir, como siempre, a los aportes que por décadas realizaron ciudadanos y que son administrados por el ANSES. En tanto, esos ciudadanos ya jubilados van a recibir un ajuste de 54 pesos. Más allá de cualquier auxilio jurídico, acá es notoria una disfunción ética, por decirlo con elegancia. Los ancianos recibirán la moneda del vuelto y los “hambreados”, la limosna de alguna dosis mayor de hidratos. Para los ciudadanos con algún criterio de justicia, lo único que queda es el cansancio moral. Aunque las generalizaciones sean erróneas, aquí se usará deliberadamente para denunciar una verdad fáctica: todo es mentira y manipulación. Habrá grupos que constituyan excepciones, pero lo dicho alcanza a todas las fuerzas políticas y, por qué no, a otras tantas sociales y pastorales…       

El arzobispo de Salta, Mario Cargnello durante la visita del Presidente por la celebración del Señor y la Virgen del Milagro dijo, después de una serie de enunciados demagógicos e insultantes para el primer mandatario, que “Había que arrodillarse frente a los pobres”. Antes le había ordenado a Mauricio Macri que se lleve de Salta el rostro de los pobres. Ni Macri ni el arzobispo están viendo la realidad: los dos la sesgan según sus creencias y conveniencias. La gestión del primero huelga toda consideración. En cuanto al segundo, si bien el mandato evangélico es dar de comer al hambriento y de beber al sediento, hacer idolatría con la pobreza y con los pobres es un despropósito político y conlleva una “blasfemia” en el cristianismo. ¿No es que sólo ante Dios hay que arrodillarse? ¿Y no es que Jesús vino a liberar a los pobres?  Como en todos los casos, los contrincantes no solo se parecen sino que sobre el final se igualan. Con los hechos de uno y los dichos del otro, sólo se consigue cristalizar la pobreza, congelarla. Salta no es el mejor escenario para que un cura conservador, autoetiquetado a la inversa, sostenga esa clase de prédica (¿o sufre de amnesia episódica?... amigo de los Saadi y encolumnado en su propio bando durante la demanda de justicia por el asesinato de Soledad Morales en Catamarca). Es de por sí abyecto postrarse ante un ídolo construido por el arranque romántico del momento. Aún cuando los pueblos del noroeste han sido, son y posiblemente seguirán siendo los más reducidos a servidumbre, mortificados por la desigualdad o empujados a la esclavitud, la condición de ser pobre no implica de suyo una ética virtuosa. De cualquier modo, tampoco es justo que un obispo -no libre de culpa- use a los pobres para insultar a un presidente. El timbreo, la mateada y un niño en sus rodillas no lo exime del gobierno criminal que ha ejercido sobre ellos, pero, en un país extremadamente anómico, al menos se debe respetar la investidura porque ese hombre (con seguridad mesquino, ignorante, inepto y caprichoso), está representando a todo el pueblo.

¿Se les parecen?

En este punto, el lector debería destacar para su razonamiento “a todo el pueblo”. Su partido se constituyó en una primera minoría reuniendo sectores que atravesaron el conjunto de las clases sociales. El resultado de aquella elección de alguna manera supuso concretar la mentada transversalidad que su opositor muerto no pudo lograr. Hoy, los expertos de la precisión insisten en que Mauricio Macri posee todavía un núcleo duro cercano a los treinta puntos. Con unas rápidas operaciones, se puede comprobar que los adeptos inamovibles no superan los veinte puntos. Entonces, en octubre de 2015 ¿de dónde provenía ese otro 30%? La obviedad haría innecesaria la explicación, pero frente a la fragilidad de la memoria argentina no está de más ubicar los orígenes de esos segmentos ocasionales que optaron por él: una abultada clase media, especialmente antiperonista y en segundo lugar antikirchnerista, y una buena porción de la clase media baja y baja tradicionalmente peronista.  Por eso representa a todo el pueblo, desde los acaudalados a los menesterosos. Hay un esfuerzo de verdad cuando se le atribuyen tres descalificaciones ominosas, no de vileza o de malicia. Es lo que este hombre demostró junto con “el mejor equipo de los últimos cincuenta años” y sería certeramente imbécil negarlo. Aquí es oportuno volver al tan mentado como olvidado André Malraux “Los pueblos no tienen los gobiernos que se merecen, tienen los gobiernos que se les parecen”. Sólo a partir del dato de que los mismos sectores que lo votaron “para eliminar” el estilo kirchnerista de la política nacional son los que hoy votan a los Fernández -igualmente “para eliminar” de la política nacional el presunto modelo macrista- habría que escribir varios tomos sobre el ridículamente llamado ser nacional. El pueblo, con cada vez más escasa instrucción, no indaga en las reacciones biológicas para votar, no especula con juegos de antídotos y anticuerpos para neutralizar unos y otros: vota, no vacuna. Lo hace de modo tan elemental como un primate mamífero, con los dictados de su instinto inmediato anulando la memoria de su hipocampo. Ni el empresario más codicioso y mezquino, ni el “lumpen” marginal que elige la calle, las pipas tóxicas y la limosna culinaria, fóbico a los refugios, ni el desocupado beneficiario de un plan que realiza horas de cola frente a los comedores por una ollita de comida pudiendo emplear ese tiempo, aunque más no sea en una changa que le alcance para su alimento, son ajenos al perfil del mandatario que hoy gobierna el país. Debe ser notorio para el lector que están excluidos de aquí los niños y los ancianos desnutridos. Su existencia sólo puede llamar a la indignación, la misericordia y la solidaridad. En cuanto a los que sí se nombran, víctimas de gestiones ineptas e inhumanas que empujaron a tres generaciones sin trabajo, necesitan con urgencia ser educados. De lo contrario, involucionan hacia victimarios seducidos por el delito, el ocio, el narcotráfico y la violencia. Los dirigentes de los grupos más radicalizados de nuestra sociedad que los organizan en piquetes y ollas populares, si respondieran verdaderamente a su ideología y no a una de morondanga, se ocuparían en primer término de la instrucción, de la educación de sus “defendidos”. Hay que mandarlos a leer el “¿Qué hacer?” de Lenin donde se enfatiza la formación y la información popular tanto como la necesidad de que ese pueblo se mantenga activo y trabajador  aún en la peor crisis. Preconiza que “una obra pequeña es mucho mejor que un gran ocio” y que (el que dirija una industria popular debe ser un obrero altamente intelectualizado). Si no se hubiera anunciado que el autor de estas afirmaciones es Lenin, los mismos que hoy se mantienen marxistas dirían que se trata de la concepción meritocrática de Platón ligada a la derecha.

No sólo de pan…

En otros artículos, se ha defendido la sentencia sarmientina de que todos los problemas son el problema de la educación, también incluido el hambre. Si hay una herramienta que hace al hombre proveedor y a la mujer creativa doméstica, es la educación. Una palabra cuya mención por parte de emisores despreciables provoca rechazo porque a la hora de las realizaciones el primero en caer es el presupuesto educativo. Hay que entender que no alcanza con una dolosa emergencia económica, con una fraudulenta emergencia social o con una inútil emergencia alimentaria si el pueblo se mantiene en este nivel de embrutecimiento. A los hombres que parecen estarse yendo del poder y a los que parecen estar llegando a él, les falta vivir de modo existencial, no como un recorrido turístico, los cinturones de la pobreza que dejan, que van a seguir manteniendo o que van a recibir. Esta pobreza no reside únicamente en el hambre o en la falta de acceso al consumo, crece en la desidia, en la negligencia, en la negación de los valores éticos que se corresponden inseparablemente con los estéticos (los únicos que los precandidatos alcanzan a ver), en el desorden, en la suciedad, en la falta de reglas absolutamente para todo. Lo que aquí se dice es mucho más doloroso que lo que piensen los que pretendan criticarlo. Es el panorama de quien busca un periodismo de profundidad. Estos sectores humildes no se parangonan con los de los hermanos chilenos, uruguayos, bolivianos, paraguayos. Aquí los índices de consumo no distan demasiado de los países hermanos más o menos “normales” (daría lugar a otro artículo). Es más que incómodo reflejar la observación meticulosa de los acampes de ciudadanos en las avenidas de Buenos Aires o rodeando el Congreso con sus ya folclóricas y, al mismo tiempo denostadas por la prensa extranjera, ollas populares. Las cámaras concesivas muestran el líquido grasoso con cuatro o cinco verduras boyando y las otras “pochean” metros de agua mineral, de verduras en su esplendor, de chorizos y trozos de carne. Absolutamente en off, las fuentes de estos espacios confiesan su asombro cuando describen camperas, zapatillas, gorras, cabellos decolorados, uñas esculpidas, en la gente que pernocta por reivindicaciones elementales. Se coincide con los gritos de Ernestina Pais, ahora panelista, enrostrando que “Ellos también tienen derecho”. También con Eva Perón y su “Donde hay una necesidad, hay un derecho”, pero es difícil para una clase media agobiada de impuestos, sobrecargada de obligaciones entender  la posibilidad de ese consumo secundario. Sin embargo, es muy sencillo: la cuestión no es que consuman o no, sino cuáles son sus prioridades al respecto. Los mismos encargados de la observación metódica también han realizado seguimientos en las compras que este sector social realiza: han detectado, no la ocasión sino la frecuencia de productos adquiridos en lugares habituales de consumo. En el lugar de los cajeros, se han tomado el trabajo de contabilizar los alimentos de primera necesidad y los superfluos. De cada diez carros, uno contenía leche, quesos y proteínas, los restantes estaban cargados con productos envasados, bebidas alcohólicas… Donde hay una necesidad, hay un derecho, pero también un deber. Éste sólo se internaliza con  la educación familiar, escolar y social y, sin dudas, con el ejemplo indelegable de los dirigentes. Los mayores índices de desigualdad tienen su raíz en ella. Las últimas pruebas relacionadas con la instrucción y el conocimiento lo corroboran. La deserción es mayor aunque haya unos centésimos de mejora en la interpretación de textos o en las operaciones matemáticas. Estos números siguen rondando el 50% de la población escolar sumado a la deserción. Más allá de la carencia instructiva, el 50% de los pobres son niños desnutridos o mal nutridos y este punto deviene de los bajos ingresos, pero están en estrecha relación con la educación de los padres. El Estado es el primer responsable, pero en el mientras tanto, si hay ciudadanos para los comedores comunitarios, también deberían estar preparados para el sostén de un hogar, aún en crisis. Hasta la candidata a vicepresidenta ha sumado a su vocabulario palabras que nunca habían aparecido en sus discursos: orden, disciplina, esfuerzo, dedicación y otras en esta cadena semántica que, sin desconocer los logros colectivos, apuntan a las soluciones individuales de emergencia.

Desde ya, los temas del párrafo anterior son vidriosos de tratar por lo prejuicios de distintos signos que están enquistados en la sociedad. Razón por la que no está de más abrirse al pensamiento lateral y atender a las “provocaciones”  de un lado y del otro de la brecha: intentar separa mensajes de emisor. No estaría mal desbrozar el los dichos de Juan Grabois y su propuesta de expropiación de parcelas para la vivienda y el trabajo de la tierra en cambio de simplificarla con el mote vulgar de que “atrasan” y otros insultos. En sentido contrario, en vez de calificarlo de xenófobo y fascista a Miguel Ángel Pichetto, repensar la necesidad de una reforma de la ley de migraciones. Como estos extremos, hay tantos otros de consideración para quien escribe que se han soltado a la opinión pública sin beneficio de inventario. En vez de la burla caricaturesca a la persona de Horacio González  por sus temerarias afirmaciones en cuanto a la reescritura de la historia de los ´70, sería más atinado darse cuenta de que ése es otro debate no saldado por ninguna de las partes. Se acepta que la emergencia apura, fija prioridades, que no se puede filosofar primero y vivir después, pero alguna de las fuerzas o de los dirigentes en campaña podrían convocar a los cientos de cerebros de los que dispone el país. Liberados de la campaña, podrán ponerse en  capilla para repensar todas las áreas de la gestión que apunten a las transformaciones y, al mismo tiempo, sometan  a crítica el discurso público. 

“Las aguas bajan turbias”

El tiempo venidero va a crecer fuerte como la marea alta y va a dejar restos muy sucios cuando “las aguas bajen turbias” (el 27 de octubre o el 24 de noviembre). Estos avatares exigirán altos grados de reflexión y templanza. Ni los Fernández harán que llueva maná ni el milagro de la reelección que prevé el místico Esteban Bullrich podrá llegar a extremos insoportables. Más peligrosas que la polarización, para quien escribe inexistente (cada vez se mimetizan más, cada vez se parecen más prestándose uno los discursos, las medidas y los tiempos del otro), son las diferencias internas, no las superficiales expuestas a todas luces sino las profundas que implican ideologías contrapuestas. Esos cientos de cerebros aludidos ya deberían estar reconceptualizando los estúpidos motes de neoliberales o populistas. El neoliberalismo no es nada más que el capitalismo salvaje aplicado a ultranza (no existen auténticos liberales o “neos” en Juntos por el Cambio) y el populismo, una débil e inútil reacción a lo que aquel provoca (en el Frente de Todos no hay “revolucionarios”, hay de todo). Son los modos de ver la vida, entenderla y pararse frente a ella los que marcan las diferencias. Urge tramitar la síntesis entre el setentismo, la generación X, los millennials, los decennials… Las agendas de todos y cada uno son igualmente válidas, pero pueden producir colisiones. Piense el lector en la franja ecologista, integrada por miles y miles, y la industrialista  frente a aquellos, depredadora y en los sectores naturistas  frente a los ruralistas a gran escala. Ejemplos casi hilarantes son los que desvinculan a los veganos de los ganaderos fanáticos en aumentar la preñez o a los defensores del ecosistema versus los cultores de Vaca Muerta, etc. Estas distancias constituyen las nuevas ideologías y por lo tanto un modus vivendi contrapuesto. Coexisten dentro de las mismas fuerzas y, en silencio o a voces, luchan por imponerse. Este es el peligro: que diriman sus posturas en el ejercicio del poder. Deliberadamente, se ha evitado aquí nombrar otras diferencias porque ellas ensangrentaron una década pasada. Quizás no deba verse a Juan Schiaretti como cobarde, oportunista o pusilánime  porque retarda la exposición del apoyo al candidato de su partido. Tal vez fue un visionario cuando expresó su deseo de que no haya 2019.

Un 2019 que aleccione

El peronismo tenía que saldar y soldar muchos temas antes de volver al poder y el macrismo tenía que aprender. Que no sea peor el remedio que la enfermedad. De todos modos, es ésa, llamada gente, la que eligió los extremos, desconociendo que sólo por serlo (auque sea meramente teatral) engendran un veneno. El medio no es mediocridad, es razonabilidad, por lo que se ve, bastante ausente. Lo más saludable sería una reacción ciudadana para aleccionar a la dirigencia política llevándola con su voto al ejercicio de una reelección. Así ninguno se arrogará la hegemonía del poder.    

Si alguna nota, algún color o alguna palabra pudieran atribuírsele a este momento de la historia nacional, es la disonancia, las tonalidades revueltas y la confusión. Hace falta volver a medir los dichos y los hechos, barajar y dar de nuevo (según la filosofía popular) o “desensillar hasta que aclare” de acuerdo con el líder de los que se sienten ya ganadores el 27 de octubre. Que estos movimientos sean sin dilaciones porque lo menos lento es el transcurrir de estos años de zozobra e incertidumbre. ¿Alcanzan treinta días para que el ciudadano sea el que aleccione con su elección?

 

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