Oscar Ojeda y la restauración de una historia

El artista Oscar Ojeda recupera la muestra de Griselda Meded, una historia de amor por el arte. Foto: Nicolás Rigaudi.

Por Belén Zavallo (*)

(Especial para ANÁLISIS)

Oscar Ojeda es artista. Lo supe desde que me mudé al mismo barrio y crucé por su casa. Oscar se sienta siempre mirando un mismo lado y desde la ventana se lo ve con un gato que lo ronda y un gesto que no cambia. El gesto del que está creando aunque parezca que no hace nada. Con mi amigo poeta Nico hablamos de él y del arte y del espacio que se le da a los artistas en una ciudad que inspira por naturaleza y que frena por torpeza. Es sábado a la mañana y entramos a su casa por primera vez. Usamos barbijos y nos quedamos lejos pero con la oreja atenta como los caballos cuando sospechan del silencio. Oscar tiene puesta una camisa rosa sobre todo un fondo negro y el sombrero que usa cuando pinta. Lo que hubiese sido el garage de la casa, es una muestra que exhibe esculturas hechas por quien fue su pareja durante treinta años, la artista Griselda Meded. Los cuadros, fotos, cubos que penden del cielorraso, pilas de lienzos sin terminar, manchas de colores y botellas conviven en calle Sebastián Vásquez con la armonía de su atuendo y de su tono de voz bajo. El barrio ubicado en un margen del centro es su espacio. La orilla bohemia desde donde Oscar mantiene viva la historia que los une y que enfrenta el tiempo de la muerte.

-¿El vínculo entre el arte y vos y Griselda puede separarse o es como se percibe acá mismo, algo que se completa y forma un todo?

-Nos conocimos en el ochenta y cinco y con ella estuvimos treinta años juntos haciendo esto: arte. Dimos talleres artísticos a todos los gurises de la zona, tengo en el patio una canoa que era la mesa. La trajimos del puerto y yo la pinté como un pescado. La mesa tiene escamas y una tapa, esa tapa se levantaba y los chicos metían sus cosas. Encima de ella trabajábamos.

La mesa permanece en el patio de la casa de Oscar debajo de un jacarandá que se despluma sobre ella y sobre una parrilla, y crece como una nube por encima de dos esculturas y de muchas macetas y de un limonero. Orilla a la canoa una pileta y el verde es agua y témpera y los ojos claros de Oscar son los ojos del recuerdo que cada vez que nombran pasan por la memoria y salen siendo aún más claros.

Volvemos los tres a caminar por la casa, traspasamos las salas abiertas como andando por las galerías de un espacio abierto para el arte. Una grieta fuera del tiempo burocrático. Un corredor por donde se licúan los signos de la época y las hebras de polvo flotan como otras presencias.

-Mamá abría todas las puertas de la casa cada julio cuando cumplía años para que la luz traspasara las habitaciones.

Escuchamos las respuestas a preguntas que no hacemos, Nico busca con su lente planos para su foco, los ojos se nos inundan de matices, no hay colores que podamos nombrar, hay trazos y cáscaras que descubren tonos nuevos, Oscar explica ubicaciones de pinturas y de costumbres de la casa como quien necesita justificar algo que permanece.

-Mamá falleció hace tres años. Papá vive. Por ellos recuerdo el campo y cosas que me gustan de la poesía.

La muestra que restaura es la que Griselda Meded dejó antes de su fallecimiento, figuras que se retuercen en movimientos quietos. Diez esculturas en chapa con base, fotos, reseñas de muestras, un collage de treinta años de taller. Caras y gestos que habitan la casa de un hombre solo que pinta a diario.


Foto: Nicolás Rigaudi 

-Griselda tuvo un tumor en el pecho y empezó con un tratamiento, un mal tratamiento, la operación que le hicieron fue parcial y eso no estuvo bien, después lo supe por otros especialistas. Ella no quería que nadie supiera. En ese entonces decidimos hacernos vegetarianos, yo dejé de fumar, cambiamos la vida. Griselda era de Diamante, su familia era de allá pero no quería que nadie se enterara. Hubo varias oportunidades en las que fuimos a distintos sanatorios pero no había cama en 2013, 2018 tampoco. En una fiesta en fin de año preparamos la mesa en el patio, hice en la parrilla algo para comer, estuvimos con su padre, después el papá se fue temprano, creo que ninguno quería ver que yo tenía que ayudarla a levantarse porque ya se notaba no estaba bien. Yo respeté lo que ella quiso. Después hubo un tiempo de enojos. Después hubo un tiempo para remendar esos enojos. En enero de 2019 se descompuso. Nuestro dormitorio era casi uno de sanatorio. La llevé urgente a el sanatorio La entrerriana no había cama. Empezaron a llamar a todos lados hasta que consiguieron en La clínica modelo.

Una moto arranca sobre la vereda y llena el silencio de la pausa. La garganta raspa una pena. Miramos la última obra que dejó Griselda, se llama La Mantis.

-Es una chapa batida con hierro y chatarra que por ahí conseguimos, siempre salíamos a buscar. Nunca me dejó a mí agarrar la soldadora. El cubo que obtuvo un premio lo hizo antes de recibirse. El arte fue nuestro denominador común. El 3 de junio del 85 yo me vine a pintar a Margarita Belén. Había empezado a hacer murales en el 75 y me llamaron para trabajar como restaurador en la sala de los gobernadores. Hice eso y con lo que cobré esa vez, pagué todo lo que debía de cuando había quedado sin laburo, se me fue esa plata en alquileres y sándwiches que le debía a Gambelín. Y después empecé a trabajar restaurando, estuve como jefe de mantenimiento. En el 92 rendí por concurso para el cargo, gané y estuve hasta el 2000 que pedí el pase al Museo. Valentina Uranga era la directora y me lo negó. En ese entonces ya había ganado varios premios y fue una época difícil. En el 95 habíamos pasado una etapa dolorosa por la pérdida de la mamá de Griselda. Fue un tiempo hostil. Hasta el 2000 buscamos tener un hijo. Pasamos por la tragedia de querer tener un hijo y no poder.

El pasillo del recuerdo mezcla también las fechas como las pinturas que esperan en el piso, nada está ordenado sin embargo seguimos el recorrido de Oscar Ojeda.

-Ella no trabajó nunca en el sector público. Tenía un carácter fuerte. Y todo el sistema traba al artista, las muestras nos llevaban una semana para montarla pero nos daban dos días. Hicimos en el noventa y algo una puesta con palos de muelle en el puerto. Acá siempre hay artistas oficiales, los que podían entrar al salón y los que siempre éramos rechazados. Pero pudimos hacer muestras en el museo. Es difícil. A veces te mezclan con talleres más comerciales. Pero te daban dos días para lo que llevaba una semana. La bienal en la casa de la cultura fue muy visitada, Griselda tuvo cuatro premios pero siempre en el segundo puesto, nunca le dieron el primero. Las muestras que organizábamos con nuestro taller movían gran público, el papá de Griselda cocinaba para más de cien personas. Hacíamos carpetas de arte como obsequios. En esta zona tuvimos treinta años de taller seguido.


Foto: Nicolás Rigaudi 

La muestra que dejará correr nuevamente ese tiempo perdido se hará en el centro cultural Almacén los 33, ubicado en la esquina de Courreges y Bavio. En un principio, se planificó para este 7 de mayo, pero está revisándose conforme a las medidas preventivas protocolares por la pandemia.

-Ya estuve en el lugar y proyecté cómo ubicaría las esculturas de Gris y unos poemas, el cubo que pende y el collage de los treinta años del taller. Quiero que el vecino sea el impresionista, que la visiten y recorran como antes hicieron los gurises que nos confiaron para que les enseñemos a apreciar el arte.

Hay un valor y una esperanza puesta en la mirada. Siempre el horizonte está para que despertemos los sentidos. El arte permanece, la historia de amor, también.

(*) Profesora de Lengua y Literatura, escritora, tallerista. A cargo de la sección Letras de ANALISIS.

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