Por Hernán Rausch (*)

Por estos días se cumplieron cinco años de la develación de uno de los secretos mejor guardado por la curia local: los abusos sexuales en el Seminario de Paraná. Haberlos mantenido ocultos y manipulados fue su perverso objetivo, acaecimientos destructivos y desoladores en niños y jóvenes.

El mes de abril quedará para siempre en nuestra memoria, permanecerá como el mes revelador de tantas irregularidades, un mes clarificador que destapó incoherencias y una astucia infame de parte de una prestigiosa institución, con fragmentos corruptos y traidores, flácidos y cómodos.

Nos lleva nuevamente a reflexionar sobre cuánto tiempo trascurre a partir de las denuncias y juicios, hechos que llevan a movilizarte, pero a pesar de todo, conllevan un poder de liberación inexplicable.

Estas fechas importantes para la sociedad argentina, donde se recuerdan sucesos trascendentales, donde trazan y movilizan a toda la hermandad, son especiales ocasiones para sopesar y afianzar leyes, definir situaciones detenidas, suspendidas sin conocer las razones ante tanta evidencia. Deberían ser definiciones inminentes en el marco de nuevos desafíos, a instancias de este nuevo año en curso.

Nuestra Justicia entrerriana escuchó, creyó y prestó atención ante estos hechos, tomó compromiso con la investigación y la verdad, brindando la debida atención, importancia y desarrollo. Logró con autoridad y contundencia una condena ejemplar de los hechos, dando lugar a la reforma de la ley de “Respeto a los tiempos de las víctimas”, que lleva el número 27.206. Incluso hoy resurge el debate debido a circunstancias de público conocimiento, latente y pendiente, respecto a avanzar sobre la imprescriptibilidad en estas historias persistentes y dolorosas, respeto a los tiempos de las víctimas, poniendo en agenda nuevamente el foro sobre abusos sexuales, abusos sucedidos en otros tiempos, pero que repercuten cotidianamente, influyendo y determinando en casi la totalidad del camino.

El Poder Judicial entrerriano se enfrentó a una de las religiones más conservadoras, religión que no solo custodia y cela su doctrina y estructura, sino que protege y encubre a sus mismos pervertidos integrantes consagrados, dándoles impunidad eclesial y asilo en otras localidades, permitiendo gozar de privilegios y status.

Así pasó con este resonante caso de Entre Ríos, a partir del cual se encontró culpable al cura Justo José Ilarraz de abusos a seminaristas menores de edad, a pesar de lo cual se le brindó el perdón episcopal y la ruta libre hacia Roma, vislumbrando una forma de burla hacia la valentía que tuvieron esos niños, víctimas, al contar sus atrocidades a superiores del Arzobispado de Paraná.

Transcurrieron cinco presurosos años de este impactante juicio, donde desfiló un número importante de testigos, entre ellos sacerdotes que se vieron envueltos en relatos desmemoriados y cómplices, evitando involucrarse para no jugarse por la verdad y esclarecimiento, pero si preceptuados e invadidos por el confort que brinda, en algunos lugares, el ministerio.

En lo que respecta a lo eclesial, en Buenos Aires, fue llevado adelante un juicio administrativo que emitió sentencia, pero fue, según derecho, recurrida por el condenado ante el Discaterio para la Doctrina de la Fe en la Santa Sede, Tribunal entendido en estos casos.

Hoy la causa penal civil atravesó los límites provinciales y llegó a instancias nacionales. Se encuentra en la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Tribunal que corrió vista a la Procuración General para que revise y trate el tema porque la defensa insiste con la misma técnica y recurso de apelación: la prescripción de la acción penal, que no hace más que afirmar y confirmar los abusos, dándole rotundidad.

Los sobrevivientes, familiares y comunidad venimos perseverantemente requiriendo que las autoridades competentes, fiscalía y jueces, retomen este debate, dictaminen, a fin de culminar un proceso que lleva ya muchos años de pugna, haciendo extensa una incertidumbre, sumergiéndonos en congoja.

“Una cualidad de la justicia es hacerla pronta y sin dilaciones; hacerla esperar es injusticia”. Jean de la Bruyere.

La problemática de abusos sexuales contra niños y niñas se está haciendo más evidente, mostrando graves secuelas, entre ellas inhibiendo acciones, modificando actitudes, perjudicando el normal desarrollo humano, sumergiéndonos en temores, sensaciones traidoras, las cuales inmovilizan y llevan tiempo desestructurar, y que, al fin cuando se logra quebrar y romper, luego de un desmesurado esfuerzo y valor, alcanzar contar y detallar lo sucedido, nos encontramos con el obstáculo de la prescripción.

Es por eso que necesitamos afianzar más leyes, leyes que protejan y auxilien al damnificado y sean esperanzadoras para las próximas generaciones, como se ha logrado aprobar por estos días.

Toda la sociedad viene reclamando indignada por el tratamiento de esta ley, requerimos la imprescriptibilidad de estas causas, el abuso sexual contra la niñez no debe prescribir jamás, como jamás se revierten las secuelas.

Un adulto mayor no tiene derecho a utilizar ni cosificar a un niño, es desestabilizador y destructivo en la infancia, es diabólico, arrasa el existir.

Por eso en estos tiempos es hora de seguir dando fuerzas a leyes beneficiosas para el sano desarrollo social, desde los comienzos, el ser humano en la infancia, en la educación y formación, que se enmarque dentro de los objetivos políticos, haciendo referencia a situaciones que nos traspasan a todos.

“Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa”. Montesquieu.

Existe una frase que, de una vez por todas, debería aplicarse para el Estado argentino y del Vaticano: “Mejor que decir es hacer. Mejor que prometer es realizar”.

(*) Sobreviviente de abuso sexual en la infancia. Querellante en la causa Ilarraz.