La aporía nacional

Edición: 
1088
¿Es que todo se reduce a macristas y kirchneristas?

Antonio Tardelli

En efecto, Aquiles podía alcanzar rápidamente la línea dónde se hallaba la tortuga cuando él iniciaba la carrera. Pero, cuando llegaba al punto exacto, a ese sitio preciso, el reptil ya no estaba allí. El animalito, mientras tanto, ha avanzado un pequeño trecho. Ha caminado unos pocos pasos. Es decir, ha construido una nueva ventaja. Aquiles, con sus pies rápidos, lo intentará de nuevo: descontará también esos metros e incluso empleará ahora, en su nueva persecución, un tiempo inferior. Pero es en vano: nuevamente la tortuga ha aprovechado ese breve período, ese nuevo lapso que Aquiles usó para moverse hasta su siguiente escala, y ha avanzado otro poquito. O sea, la tortuga ya no está en el sitio anterior. Está más adelante. Escapó de nuevo. Y así otra vez y otra vez y otra vez. La diferencia será cada vez más reducida. La distancia, cada vez más pequeña. Pero el hombre jamás terminará de descontarla. El reptil llevará siempre la delantera.

Es una aporía. Es la aporía, según se la define, un problema lógico insuperable. Es un juego sencillo que sin embargo no se puede resolver. Carece de solución. La prueba contradice la experiencia cotidiana: un corredor más veloz, tarde o temprano, dará alcance a otro más lento sea cual fuera la ventaja que inicialmente le haya otorgado. Pero la aporía es así: presenta un cuadro que la lógica no puede dilucidar. Son célebres las aporías de Zenón. Su fascinante carrera entre Aquiles y la tortuga expresa una paradoja y atrae con su misterio.

Pero los entendidos lo aclaran todo. Tranquilizan explicando que el empleo del cálculo infinitesimal demostrará lo que cualquier mortal sabe: que Aquiles terminará alcanzando a la tortuga y ganará la carrera sin contratiempos. Pero en su tiempo Zenón no lo podía saber. Como sea, el encanto de las aporías es que desconciertan. Pero también representan un rompecabezas frustrante: ¿qué hacer con algo que derrota las reglas de lo evidente?

Hasta que aparece la herramienta que entrega la solución.

La política nacional debe resolver su aporía. Encontrar su herramienta. Su aporía, su problema insoluble, es el enfrentamiento perpetuo entre macristas y kirchneristas. O entre macristas y antimacristas. O entre kirchneristas y antikirchneristas. Su aporía es ese cuadro insuperable de antagonismo cerril que en su prolongación obtura cualquier salida. Es esa rivalidad fanática y sectaria. Afiebrada e inconducente. Legítima pero desproporcionada. Genuina pero alimentada. La política debe desatar ese nudo que acorta la mirada y limita las perspectivas.

Debe romper ese equilibrio que, cuando se ve amenazado, desata una dinámica que lo reacomoda y lo reproduce de manera conservadora.

(Más información en la edición gráfica número 1088 de la revista ANALISIS del jueves 25 de octubre de 2018)

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