Las dudas del arzobispo

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Teme quedar procesado, que varios curas renuncien y que le exijan también a él que de un paso al costado

Daniel Enz

Para quienes lo conocen al dedillo y desde siempre, sus movimientos no son diferentes a los que hacía cuando era prefecto del Seminario Mayor o bien rector del establecimiento. “Bajo perfil, poco contacto con la gente, con los mismos curas y reuniones reservadas, con acuerdos de igual tenor”, dicen en ámbitos eclesiásticos. La frase sería una buena síntesis respecto de los días de monseñor Juan Ignacio Puíggari, arzobispo de Paraná desde fines del 2010. Hay quienes recuerdan que su vida pastoral fue idéntica: siempre en el Seminario, sin contactos con nadie, sin importarle demasiado lo que sucedía en la vida cotidiana detrás de los muros del amplio establecimiento y siempre enrostrando, a quien fuera necesario, su estrecha vinculación familiar con altos personajes de la política nacional o de la propia Iglesia.

“Realizó sus estudios primarios y secundarios en el colegio San Pablo, de Buenos Aires, de donde egresó como bachiller en 1967, figurando entre los alumnos más distinguidos. Recibió formación del presbítero Luis María Etcheverry Boneo, su tío, actualmente en proceso de beatificación, y estuvo vinculado apostólicamente a la Obra fundada por su tío, especialmente en el colegio San Pablo y la Agrupación Universitaria Misión (1968-1973)”, dice la sinopsis oficial de la Iglesia Argentina, cuando relata la biografía del actual arzobispo. Muchos de los Etcheverry Boneo siempre aparecieron estrechamente vinculados a las filas militares, en especial en la última dictadura.

No fue casual que Puíggari optara por venir a estudiar al Seminario de Paraná, junto a su amigo, otro capitalino, el también cura Hernán Quijano Guesalaga, licenciado en Filosofía y Teología, quien desde marzo de 1984 es el jefe de la División Capellanía de la Policía de Entre Ríos y ostenta la jerarquía de comisario mayor, además de ser profesor en la Escuela Superior de Oficiales y canciller del Arzobispado de Paraná.

“Los dos vinieron a Paraná siguiendo a monseñor Adolfo Servando Tortolo, como también lo hicieron otros seminaristas”, recuerdan algunos de sus ex compañeros. De hecho, Puíggari se ordenó en noviembre de 1976, cuando Tortolo ya hacía un buen tiempo que era confesor del dictador Jorge Rafael Videla.

Hay quienes recuerdan que tras la partida del cura de ultraderecha, Alberto Ezcurra Uriburu -uno de los fundadores del grupo Tacuara en el país, que tanta violencia provocó en la década del ’60 y ’70 en diferentes ámbitos-, quien también había llegado a Paraná por su estrecha relación con Tortolo, Puíggari comenzó a concentrar poder dentro del Seminario. Ezcurra se fue a San Rafael (Mendoza) con la llegada de monseñor Estanislao Esteban Karlic, en 1985 y con él se fueron un total de 30 seminaristas, identificados plenamente con las ideas del hombre de prácticas militares. El grupo Tacuara “rechazaba las elecciones y el sistema parlamentario, era fuertemente antimarxista, reclamaba justicia social, proclamaba la superioridad de la Patria y de la religión católica sobre cualquier otro valor y exaltaba la violencia como forma de movilización permanente”, según lo definió Daniel Gutman, un estudioso del nucleamiento de ultraderecha. Y Tortolo avalaba cada uno de esos preceptos, al igual que varios de los seguidores del entonces vicario castrense y del propio Ezcurra, siempre secundado por otro cura de extrema derecha, como el ideólogo Alfredo Saenz. Entre ellos figuraban Puíggari y Quijano, pero también los seminaristas Luis Alfredo Anaya (al frente de la Universidad Católica Argentina, delegación Paraná); Silvio Fariña o Luis González Guerrico -el mismo que se opusiera a la difusión del video educativo contra el Sida, en 1992-, actualmente en un cargo de importancia en el Seminario de San Rafael.

Todos ellos venían de la provincia de Buenos Aires, porque sentían que los ideales en el establecimiento religioso iban de acuerdo a sus pensamientos y necesidad de formación. Y muchos de ellos hasta se subordinaban o festejaban las locuras del cura Jerónimo Fernández Rizzo, siempre vestido de militar, porque era capellán del Ejército, también oriundo de la provincia de Buenos Aires. El mismo Fernández Rizzo fue el capellán de Gendarmería que en el reciente levantamiento de la fuerza, hace no más de dos meses, se ocupaba de darles misa y avalar el reclamo.

(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS del 06 de diciembre de 2012)

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