La democracia populista

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Nuevos términos para discutir la política y la sociedad

Florencia Penna - Silvio Méndez

El martes pasado estuvo en Paraná el reconocido filósofo político Ernesto Laclau. Radicado desde hace unas tres décadas en Inglaterra, este intelectual argentino es uno de los referentes más notorios de lo que se ha denominado postestructuralismo y postmarxismo. A lo largo de su labor teórica, ha llevado adelante numerosos ensayos en donde incorpora distintos conceptos del psicoanálisis, la teoría política y la semiología, que lo ha constituido en un punto de referencia destacado en las ciencias sociales. En su visita a la Argentina con motivo de presentar su último libro, La razón populista, pasó por la capital entrerriana, donde dio una conferencia en la Facultad de Ciencias de la Educación de la UNER. En diálogo con ANALISIS, rescató el valor de populismo para las democracias latinoamericanas, lo negativo de la construcción de un poder unipolar en el mundo y manifestó cierto optimismo por la era Kirchner.

Los aportes conceptuales de Ernesto Laclau se han constituido en un marco de referencia casi ineludible para el campo político y de las ciencias sociales en los últimos tiempos. A este intelectual argentino que desde hace 30 años estudia y da clases en Inglaterra, se le reconoce haber redefinido y enriquecido algunas nociones marxistas que parecían haberse quedado aletargadas. A partir de una disciplina que muchas veces es difícil de encasillar, ha elaborado estudios que retoman a Gramsci, Althusser, Lacan y Derrida. En una mirada crítica e interesante reflexión dentro del llamado postmarxismo y postestructuralismo, su modelo analítico sostiene el carácter discursivo de las prácticas políticas y sociales, en donde sus identidades colectivas son siempre una construcción precaria y en constante disputa. Estos términos también lo han llevado a rever concepciones tales como democracia, pueblo y populismo. Invitado por Centro de Investigación en Filosofía Política y Epistemología de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER), dio una conferencia en Paraná, donde compartió algunas de sus últimas elaboraciones teóricas. Asimismo, en diálogo con ANALISIS profundizó sus pensamientos que ya han levantado controversia.

-¿Cuáles son los puntos más polémicos que generan algunas afirmaciones de su último libro?
-En general, el punto más polémico de toda la argumentación ha sido la oposición a ciertas formas tecnocráticas de la política; esta idea de que la decisión respecto a los asuntos comunitarios no depende de la movilización de las masas sino de elites que toman decisiones sobre la base de criterios puramente técnicos. Ha sido una tendencia de la filosofía política en sentido tradicional desde Platón, quien decía que el filósofo tenía que ser el gobernante y presuponía que el pueblo, el demos, tenía que estar al margen de las decisiones colectivas. No sólo yo he señalado este punto, sino que lo ha hecho Jacques Rancière en su libro Desacuerdos. Lo que he tratado de hacer al reivindicar la categoría de populismo es mostrar que la política requiere no sólo soluciones técnicas a los problemas comunitarios sino también la movilización de actores nuevos, de actores exteriores al espacio público concebido en sentido tradicional y que redefinen ese mismo espacio.

-¿Podría explicar cómo ha trabajado la relación de la idea pueblo con la de demandas?, o ¿cómo surge el populismo?
-Supongamos que hay una demanda particular en relación con la vivienda en una cierta localidad. La municipalidad puede aceptar la demanda y solucionarla pero también puede ignorarla. Si la ignora hay una frustración de esa demanda y la gente puede empezar a ver que a su lado hay otra gente que tiene problemas relativos al suministro de agua, a la escolaridad, a la violencia policial, etcétera. Entre todas estas demandas se comienza a formar una especie de espíritu en común. Ahora, si tenés una demanda que es muy puntual, por ejemplo de los estudiantes contra las autoridades universitarias, está claro quién es el enemigo. Pero si esa demanda de los estudiantes entra en esta relación equivalencial con otras demandas (de los vecinos, anti-institucionales y demás), y entre todas ellas se forma una espíritu en común, es mucho más difícil de determinar quién es el enemigo y cuál es la propia identidad global. Y es el momento en que surge el populismo: cuando confluyen discursivamente de una manera diferente la dicotomización del espacio social, el adversario y también la propia identidad.

-¿Qué sucede cuando el populismo atiende a otros tipos de demandas que no aportan a la democracia? Demandas de orden, mano dura o en sistemas políticos que se basan en el clientelismo, bolsones.
-Precisamente, el populismo no tiene caracterizado el ser democrático. Creo que una democracia sólo se consolida a través del populismo, pero no estoy diciendo que todo populismo sea necesariamente democrático. Para mí, el régimen de Hitler fue populista porque había una pluralidad de demandas democráticas, resultado de la crisis de la República de Weimar y de la crisis económica mundial de 1930, y que la absorbe en un discurso profundamente autoritario. Cómo el pueblo, cómo actor colectivo, cómo vaya a ser construido es algo que puede avanzar en una pluralidad de direcciones. Cuando he dicho que el populismo garantiza la democracia he querido decir que toda democracia que no tiene una dimensión populista, empieza a ser una democracia a la cual le falta algo.

-¿Le falta la diversidad?
-Claro. Ahí creo que hay un problema básico. El discurso de la democracia y del liberalismo han sido tradicionalmente discursos que han enlazado dos lógicas diferentes. Por un lado está el discurso de la soberanía del pueblo -el discurso populista-, las demandas de los de abajo contra el sistema. Por el otro lado, está el respeto a los derechos individuales, a las libertades públicas, que es lo que se asocia ordinariamente con el liberalismo. Ahora, estos dos tipos de discursos no tienden necesariamente a coincidir. A principios del siglo XIX en Europa, el liberalismo y todo el sistema de libertades públicas y representación era un discurso absolutamente establecido y aceptado. Previo a esto, en cambio, democracia era un término peyorativo, era el gobierno de la turba. Entonces requirió todo el complicado proceso de revoluciones y reacciones del siglo XIX poner punto a los discursos de libertades públicas del liberalismo y los discursos de soberanía popular de la democracia. En América Latina diría, este proceso de ajuste total fue muchísimo más lento. Teníamos antes de 1930 regímenes liberales oligárquicos de base clientelista que ignoraban las demandas democráticas de las masas. Por eso cuando esas demandas democráticas llegan a plantearse son contra el liberalismo, es a través de regímenes autoritarios pero, por otro lado, profundamente democráticos porque incorporaban las masas como en el sistema político. Hay que pensar en el Estado Novo de Vargas en Brasil, el peronismo en la Argentina, o en el MNR en Bolivia. Creo que solamente después de las dictaduras militares de los años ‘70, que el discurso nacional popular del populismo y el discurso de las libertades públicas del liberalismo empiezan a confluir. Porque la gente empieza a percibir que si faltan las libertades públicas el pueblo como actor colectivo tampoco puede ser constituido. Y esto es lo que ha creado el segmento orgánico, ideológico para los regímenes que tenemos hoy día en el cono sur de América Latina. Con Chávez en Venezuela tenemos un populismo de corte más clásico, porque lo que allí se ha dado es que existían masas vírgenes, externas al sistema político, al espacio público, y la incorporación al espacio público sólo se puede dar a través de la identificación con el líder. O sea, soy absolutamente partidario del régimen de Chávez porque sé bien que la oposición que existe es la tradición nacional. Pero no creo que el chavismo sea un modelo político que se pueda aplicar al sur del continente, porque aquí tenemos una sociedad civil mucho más diversificada y, por consiguiente, todo el sistema de las libertades formales del liberalismo son parte de esa identidad. Por ejemplo, la defensa de los derechos humanos no es simplemente una libertad formal dentro de un marco liberal, pasa a ser una demanda popular cuando esos derechos han sido negados a través de las dictaduras.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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