Carlos del Frade
(desde Villa Giardino)
Casi un millar de jóvenes y adolescentes de todo el país se reunieron en Villa Giardino, provincia de Córdoba, para celebrar los 75 años de vida de la Juventud de la Federación Agraria Argentina y profundizar el rol del sector ante la realidad de 100.000 productores menos y la urgencia “del 70 por ciento de chicos pobres” en el país. El denominado Encuentro Nacional de la Juventud Agraria - Construyendo soberanía se desarrolló entre los días 23 y 25 de junio y sirvió para ratificar la necesidad de luchar por la reforma agraria y el cooperativismo, y ampliar la conciencia política y la capacitación.
Tanto en los paneles centrales como en las comisiones del Encuentro Nacional de la Juventud Agraria surgió un profundo debate sobre la historia reciente de la Argentina, la clase política, los medios de comunicación y el futuro. Fue prioridad para los allí reunidos impedir el remate del pueblo Los Ceibales, en Santiago del Estero, como también hacerse presente en cada lugar en donde una familia chacarera enfrente los problemas derivados de la concentración de riquezas en pocas manos. Pero hubo un momento cumbre: la movilización alrededor de las principales calles de la comuna cordobesa y su forma de manifestarse.
La postal existencial
El viernes 24 de junio, los pibes del encuentro festejaron el triunfo del Manu Ginóbili y recordaron más los cinco años de la muerte de Rodrigo que los 70 del viaje final de Gardel. Así empezó el segundo día en los salones del Hotel del Sindicato de Luz y Fuerza de Capital Federal en Villa Giardino. Pero el plato fuerte vino después del almuerzo.
Se anunció como una actividad sorpresa alrededor de las piletas del hotel. Los pibes, cuyo promedio de edad era de 20 años, fueron bajando de a poco. Encontraron una larga bandera blanca en la que comenzaron a escribir consignas con aerosoles de varios colores. La más grande se completó con la frase que sintetizaba las tres palabras más pronunciadas durante las jornadas: “Por arraigo, soberanía y felicidad”.
Con guitarras y bombos de vidalas, los pibes empezaron a marchar por la Avenida Portecello hasta la ruta. No tenían cantitos. Costaba unirlos en una letra. Hasta que apareció la primera: “¡Juventud federada, por la tierra liberada!”. Había que verles las caras y los ojos a esos pibes que venían de distintos lugares. Tenían un brillo distinto, nuevo. Formaban parte, por primera vez en sus vidas, de un hecho colectivo de identidad. Sin saberlo, construían su propia mística. Venían de la Patagonia, de Santiago del Estero, del centro del país, de la cordillera y las selvas misioneras. Esa geografía vital se expresaba en las tonadas diferentes, en la musicalidad de las palabras pronunciadas por los muchachos. Viéndose y escuchándose se descubrieron integrantes de un país real, concreto, necesitado de solidaridad.
Doblaron por el Bulevar de Las Flores y cortaron durante algunos minutos el tránsito de la ruta que atraviesa el Valle de Punilla. No había micrófono ni megáfono. Un periodista improvisó diciendo que en sus tiempos se cantaba aquello de: “Somos de la gloriosa juventud argentina, la que hizo el Cordobazo, la que peleó en Malvinas... y a pesar de las bombas y los fusilamientos, la cultura del miedo y los desaparecidos, no nos han vencido”, y agregó que los 800 pibes allí presentes eran los herederos de esa historia y la mejor garantía para pelear por los sueños de los viejos de cada uno.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
