Nisman, cinco años: Y si fue suicidio, ¿qué hacemos?

Alberto Nisman.

Alberto Nisman.

Por Edi Zunino (*)

 

Cinco años. Hora de terminar con las teorías sin sustento fáctico, las especulaciones y los manoseos. Digámoslo en seco: es imposible constatar, suponer e incluso aventurar que en ese baño y ese departamento hubiese alguien más que Natalio Alberto Nisman en el instante en que una bala calibre 22 perforó su cráneo, entre la sien y la línea anterior de la oreja derecha.

La hipótesis oficial del homicidio cometida por dos o una persona requiere que esos supuestos asesinos supieran volar, levitar o desmaterializarse. Ningún servicio de inteligencia ni fuerza especial ha llegado a tanto.

La escena del hallazgo del cadáver de Nisman quedó congelada en un sinfín de fotos y filmaciones. Nadie pudo movilizar un cadáver de casi 90 kilos sin dejar siquiera una huella de pisada o arrastre en las micro gotas de sangre desparramadas por el piso tras el ingreso del disparo a la cabeza. Esas micro gotas, o parte de ellas, además, jamás habrían llegado al piso si en medio de ese “spray” de sangre se hubiese interpuesto otra persona. Mucho menos dos. A diferencia de las balas, las gotitas de sangre no tienen capacidad de atravesar cuerpos.

Los peritos más calificados de la Corte Suprema y la Policía Federal trabajaron sobre esa escena en caliente y con todas las pruebas frescas a mano. Todos esos médicos y criminólogos coincidieron en que era imposible determinar la presencia de terceras personas. El cuerpo estaba caído sobre la puerta (del lado interno, obvio), con la cabeza recostada sobre la zona de la bisagra inferior. Y el departamento estaba cerrado con llaves de seguridad por dentro.

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Es falso que no hubo “ningún rastro” de deflagración de pólvora en las manos del fiscal: las pruebas en sí mismas no resultaron concluyentes, pero se determinó la existencia de unas 80 partículas compatibles con los compuestos químicos de la pólvora. Es falso que las cámaras de seguridad del edificio y del ascensor no funcionaban.

La mal llamada “pericia” de la Gendarmería, hecha dos años después y sin acceso a la escena ni a las pruebas en estado puro debe ser revisada con urgencia. Sería el mejor homenaje a Nisman. Es la Corte Suprema quien debería decidir esa medida, para terminar de cuajo con este pornográfico sainete. Hay un muerto. No es “cualquier muerto”. La Corte Suprema tiene la ventaja, más allá de representar lo que representa en el andamiaje judicial, de haber pasado el expediente del fuero ordinario al federal sin prejuzgar la calidad de las instrucciones iniciales ni predeterminar cómo murió Nisman: lo hizo dada la calidad institucional del difunto y por la trascendencia de lo que investigaba.

Claro que la Corte es parte del problema. La oscura politización de la Justicia también la enchastra. Una revisión seria y transparente de esa mal llamada “pericia” podría ayudar al Máximo Tribunal a ponerse al frente de un necesario “refresh” en busca de devolverle algo del prestigio y el decoro perdidos a la “señora de ojos vendados”.

Hablo de un análisis minucioso, profesional y a la luz del día de las pericias originales en detallado contraste con la de Gendarmería, con la participación de todos los expertos involucrados en el caso, las partes atentas y cámaras de video encendidas y sin cortes. Un grupo de personalidades de reconocida independencia y probada falta de interés personal o de grupo en cómo se resuelva el asunto sumaría credibilidad al operativo.

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Ahora bien, ¿qué hacemos si Nisman se suicidó? Es decir, si apretó el gatillo sin asistencia física de nadie.

Luego de armarse tremendo lío, dicha conmoción permitiría meterse en todo aquello que se evitó evaluar desde el vamos:

* ¿Cómo estaba Nisman, pero de veras?

* ¿Hasta qué punto lo presionaban y afectaban las circunstancias profesionales, privadas (incluso íntimas), políticas y económicas que atravesaba?

* ¿Estaba totalmente seguro de lo que estaba por hacer frente al Congreso de la Nación?

* ¿Pudo haber consumido ketamina por propia voluntad?

En el caso de que se haya suicidado, tal cual lo indican las pruebas más relevantes recolectadas por especialistas habituados a eso y reconocidos por sus trayectorias, las posibilidades de por qué llegó a eso deberían ser cuatro (sin que necesariamente una de ellas niegue a todas o algunas de las otras):

1) ¿Su denuncia estaba floja de papeles, sintió que haber ido tan lejos lo ponía al borde de un autodestructivo papelón y decidió terminar con todo?

2) ¿Alguien le dijo algo así como “bueno Alberto, hasta acá llegamos: ya sabés lo que tenés que hacer”?

3) ¿Estaba desestabilizado emocionalmente por razones particulares?

4) Consciente o confundido por alguna sustancia, ¿pudo juguetear con el arma y se le escapó el tiro?

 

Presiones recibió para confirmar su visita al Congreso. Llamados con espías de la SIDE hubo. Antonio “Jaime” Stiuso, jefe de todos ellos y acaso del propio fiscal, de repente dejó de atenderle el teléfono. Entre sus últimas búsquedas en internet, googleó la palabra “psicodelia” (así se llama a las alucinaciones que provoca, por ejemplo, la ketamina) y recorrió el Instagram de una joven modelo que lo frecuentaba.

Dos días antes de ser encontrado sin vida, Nisman discutió con su ex, la jueza Sandra Arroyo Salgado, por Whatsapp. Ella le cuestionó su excesiva ambición de figuración y poder, y llegó a decirle: “Olvidate de mis hijas”. Él le respondió: “Estoy hecho mierda y vos la seguís”. ¿Hecho mierda?

Nadie llegó a investigar por qué ese hombre resuelto, ganador e imparable al que ya muerto (nunca antes, ni por las tapas) se pretendió ensalzar como a un héroe podía estar “hecho mierda” en su faz íntima. Se sabe: en la escena del baño estaba la pistola. Se sabe: de ella salió el balazo. Se sabe: era del técnico informático Diego Lagomarsino. De ahí provendría la próxima buena pregunta, constatado el suicidio: ¿y Lagomarsino?

La posibilidad de un suicidio inducido no lo dejaría para nada bien parado. El único relato sobre cómo llegó la pistola a manos de Nisman y para qué la quería lo aportó él mismo. ¿Pudo haber sido, de alguna manera, el portador del mensaje final de parte de alguien? Tal vez. Sólo tal vez. Pero lo importante hoy, a 5 años de la extraña muerte de Natalio Alberto Nisman, sigue siendo determinar sin lugar a la más mínima duda qué pasó en ese maldito baño.

El o los por qué deberían resolverse después. Aunque muy pronto.

 

(*) Edi Zunino es director de contenidos digitales y multimedia de Perfil y esta columna de Opinión fue publicada originalmente en ese portal.

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