Daniel Enz - ANALISIS

Rolando Nuñez era un buen hombre. Como pocos. Era de esos tipos que estaban a toda hora para dar una mano desde su querida Resistencia, aunque su corazón atravesaba de punta a punta localidades de Chaco, Corrientes o Misiones. Que no dudaba un instante si lo llamaba de madrugada una madre de la comunidad indígena para decirle que precisaba su ayuda ante el abuso de poder. Rolando miraba la hora, era quizás otra noche sin dormir, pero sabía que lo necesitaban y no estaba dispuesto a fallarle a esa persona. “Voy para allá”, les decía y recorría con su auto 100 o 200 kilómetros para ocuparse de su problema, lidiar con ese policía, con el juez y lograr que esa humilde mujer recupere la sonrisa. Y a cambio de nada. Rolando nunca pedía nada. Su objetivo era ayudar a la gente; estar cerca de ellos; escucharlos, abrazarlos y obrar ante la necesidad.

Rolando era un hombre sano. Incorruptible. Que ayudaba a pensar. Que le daba esperanza a la gente más humilde. Que les enseñaba a luchar. A no bajar los brazos. A ponerse firmes ante el atropello, por más cargo que tuviera.

Era el que denunciaba el poder. El que luchaba siempre contra los violadores del medio ambiente. El que no dudaba en decirles en la cara a los irresponsables de la clase política, la justicia o los empresarios que estaban engañando a la gente; que estaban desviando fondos públicos o matándolos con su embestida agrotóxica. “Para eso estamos”, repetía, sin horarios, sin descanso, muchas veces acompañado por tan buena gente como él, que ojalá sigan el legado de Rolando con la fundación Mandela. Pero también luchaba solo, hasta donde podía. Accionando, pero también escribiendo sus notas para los periódicos que querían publicar lo que pasaba, en ese escritorio lleno de papeles, expedientes y acompañado de ese perro grande que ocupaba el sillón pegado a su butaca, como queriendo contenerlo y acompañarlo en esas horas interminables de la jornada.

Rolando partió un fin de semana largo. “Tranquilo, tranquilo nomás”, solía decir cuando saltaban las preocupaciones y seguramente se lo habrá repetido a los médicos y familiares que lo acompañaron cuando lo internaron y luego falleció por un problema cardíaco. Ojalá tenga la paz que siempre buscó para otros, postergando su tranquilidad en la vida y descuidando ese corazón, que se lo había regalado a tanta gente necesitada. Hasta siempre, querido Rolando. Gracias por todo lo que nos enseñaste, para no dejar de luchar en la vida.