Tras la beatificación, dos textos de Guillermo Alfieri homenajean a Enrique Angelelli

El obispo de La Rioja, monseñor Enrique Angelelli, asesinado en 1976, mártir y beato

El obispo de La Rioja, monseñor Enrique Angelelli, asesinado en 1976, mártir y beato, en el recuerdo de Guillermo Alfieri.

A propósito de la beatificación del obispo de La Rioja, Enrique Angelelli, compartimos dos textos escritos por el recordado periodista Guillermo “Yiyi” Alfieri. El primero, titulado “Una patraña demolida” es una breve pieza escrita el 4 de julio de 2014. El segundo, en tanto, corresponde a la serie Crónicas en Claroscuro, que publicó durante años en ANALISIS DIGITAL. Fue escrita el 1 de agosto de 2016 y se denomina “Angelelli, el resplandor de la profecía latente”.

Angelelli: Una patraña demolida
Por Guillermo Alfieri

Tiene valor lo que la Justicia determinó: el obispo Enrique Ángel Angelelli fue asesinado. La sentencia leída hoy demuele la patraña del accidente de tránsito, montada por los represores de entonces y abrazada por los reaccionarios de siempre para restar sentido de mártir del pastor profético.

El fallo incluyó dos condenas a prisión perpetua, a cumplir en cárcel común. La del general Luciano Benjamín Menéndez y la del comodoro Luis Estrella, jefes militares del complot criminal, devenidos en dinosaurios de la represión en La Rioja. El realizado, sería un paso en el proceso todavía no concluido.

Los querellantes anunciaron que intentarán incorporar en una próxima causa a los civiles que fueron parte de la conspiración contra Angelelli. Allí operaron los Cruzados de la Fe, los “entredichados” de Anillaco, los saqueadores de Aminga, los agentes de servicios de inteligencia disfrazados de editores periodísticos, los delatores cazadores de brujas y sujetos mimetizados en la arena política.

A la Iglesia le correspondería evaluar la gestión de una jerarquía, que a sabiendas de lo que sucedía, dejó al cercado obispo librado a su suerte.

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Crónicas en Claroscuro
Angelelli, el resplandor de la profecía latente
Por Guillermo Alfieri

Vida, obra y martirio de Enrique Ángel Angelelli son motivo de homenaje, al cumplirse 40 años del crimen del que fue víctima el obispo de La Rioja. Sucedió el 4 de agosto de 1976, a la hora de la siesta, en la ruta 38, con el simulacro de accidente de tránsito, desbaratado por la inmediata incredulidad popular y por el demorado juicio, con condenas a represores uniformados y la posibilidad de investigar la necesaria complicidad de civiles. El aniversario es propicio para destacar el carácter de pastor ético, líder de las demandas sociales de la mayoría de un pueblo postergado, digno de la profecía que aguarda cumplimiento.

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Angelelli asumió el obispado de La Rioja el 24 de agosto de 1968; a los 45 años de edad. En el país gobernaba el golpista general Juan Carlos Onganía. En la provincia era interventor el civil empresario Guillermo Iribarren. La bienvenida oficial estuvo a cargo del funcionario Roberto Catalán, futuro juez federal de la dictadura que mató al sacerdote, ahora procesado y sentenciado por delitos de lesa humanidad.

La Rioja tenía cerca de 135 mil habitantes; la mitad radicada en la capital. Predominaban las relaciones feudales, por ausencia de pautas del capitalismo industrial. No había Universidad y el éxodo era obligado para los jóvenes con oportunidad de cursar estudios académicos. Lo mismo, para quienes ingresaban al mundo laboral, por fuera del aparato del Estado. El movimiento cultural progresista lidiaba contra el oscurantismo aristocrático.

Más que en la zona metropolitana y en Córdoba, de donde procedía Angelelli, en La Rioja existían las condiciones de la Latinoamérica descripta por la Iglesia renovadora: explotación colonial, empobrecimiento e injusticia. En ese espacio, para ese pueblo, actuó el obispo. Por eso, los militares armados y los civiles inquisidores lo asesinaron, en siniestra conspiración. En condición de periodista, fui testigo de episodios ocurridos en los ocho años que Angelelli actuó como obispo de La Rioja.

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El antecesor en el cargo, extendía la mano para que los fieles le besaran el anillo, doblando la cintura. Angelelli estrechaba la suya con la del prójimo, borrando jerarquías e identificaciones confesionales. Llegó al diario El Independiente para el saludo de presentación protocolar, con la sotana que alguna vez fue nueva, cubriendo el cuerpo robusto, la figura alta. Supimos que el encuentro sería breve, pero duró un par de horas. El sacerdote habló menos de lo que escuchó, en la sede de calle 9 de Julio 223. La formalidad quedó reemplazada por el diálogo entretenido, prolongado en el recorrido por el taller, dominado por los compañeros gráficos. Nos quedó la impresión de que ese obispo sería leal a su lema: “Debemos estar con un oído en los pobres y otro en el Evangelio”.

Vi llorar a Angelelli para no responder, como correspondía, el agravio de un energúmeno. Lo vi disfrutar de la sobremesa sencilla, en un pueblito casi fantasma, con vecinos que por lo que hacían en la tierra merecían ganarse el cielo. Lo vi dar esperanza a los resignados a ser explotados. Angelelli se sumó a la campaña contra la usura. Animó la agremiación para lograr derechos laborales. Propició el cooperativismo campesino para ocuparse de reactivar latifundios improductivos. El obispo no creaba problemas ficticios; los problemas eran pre-existentes a su gestión y lo que hizo fue no ignorarlos.

El religioso Arturo Paoli escribió una nota, publicada en Revista SIC (Venezuela), en 1978: “(…) Puedo afirmar que al obispo de La Rioja, le era completamente ajena la pasión por sobresalir, la búsqueda de ocasiones para llevar a cabo un acto heroico (…) En la intimidad de su ser, afloraba y se descubría aquella fragilidad de adolescente, que era el secreto de su encanto (…)”. Así es, fueron los detentadores del poder los que lo declararon enemigo, por conmover el retrógrado conservadorismo.

Angelelli estuvo en la primera línea de los ataques de los sectores reaccionarios, desde antes del sanguinario golpe del 24 de marzo de 1976, cuando cargaron sobre él, del modo que más podía sentirlo. La represión desbandó a los organismos diocesanos; detuvo y obligó al exilio a curas, monjas y laicos. El 18 de julio secuestró, torturó y eliminó a los sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longueville; a la semana, acribilló al joven Wenceslao Pedernera.

La jerarquía eclesiástica miró para otro lado. La coherencia de Angelelli rechazó las sugerencias de abandonar el territorio. El 4 de agosto de 1976 su cuerpo inerte, de 53 años de edad, permaneció largas horas sobre el camino, en un paraje hoy denominado El Pastor, donde una ermita testimonia el lugar del magnicidio y recibe a peregrinos con el idioma común del reconocimiento al obispo de principios intransigentes, que desnudaban la hipocresía ajena.

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Los actos por el 40 aniversario, comenzaron el 29 de julio y se registrarán hasta el jueves próximo. Se advertirá que la profecía de Monseñor Angelelli no superó ese límite, al menos en la dimensión deseada. Los que no queremos que el resplandor de la pastoral del gran obispo se reduzca a texto de estampita, aspiramos que la profecía sea recogida y concretada, para dar razón a los versos que él creo, en una pausa del agobio.

Promesante con fe de peregrino,

caminante incansable de recuerdos,

alforja cargada de esperanzas,

con el ritmo del tun-tun de las cajas…

así es el alma de mi pueblo.

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