Una mateada para mantener vigente en la memoria la Noche de los Lápices

Noche de los lápices

Este lunes a partir de las 17 horas en la plaza Sáenz Peña de Paraná.

La Subsecretaría de Derechos Humanos de Entre Ríos convocó a participar de una mateada que se realizará este lunes 16 a partir de las 17 en la plaza Sáenz Peña, de Paraná, para conmemorar un nuevo aniversario de La Noche de los Lápices

El encuentro contará con la participación de exmilitantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), que compartirán sus experiencias de luchas y recuerdos de compañeros que fueron detenidos desaparecidos durante la última dictadura cívico militar, entre ellos Luis Alberto “Bicho” Fadil, Mario Menéndez, Eduardo “Mencho” Germano y Alfredo Fiorito, publicó Apf Digital.

La Noche de los Lápices

La madrugada del 17 de septiembre de 1976 la vida de Emilce Moler, estudiante de quinto año de la Escuela de Bellas Artes, de 17 años, cambiaría para siempre. Lo primero que escuchó fueron los golpes, brutales, en la puerta de su casa, que desatarían una pesadilla que duraría tres años.

"Estaban todos encapuchados, sin identificación y entraron gritando 'Ejército Argentino'. Encañonaron a mis padres y les dijeron que venían a buscar a una estudiante de Bellas Artes. No dijeron ni siquiera mi nombre, nunca lo dijeron. Y yo creo que en eso hay un simbolismo fuerte, muy fuerte: lo que venían a buscar era a una estudiante y la venían a buscar por su militancia", dice ahora, 42 años después, la profesora de Matemática, máster en Epistemología y doctora en Bioingeniería a Infobae.

Para septiembre de 1976, La Plata era una de las ciudades más castigadas por la represión ilegal de la dictadura. El olor del miedo y de la muerte aplastaban el aroma de los tilos cuyas flores empezaban a explotar, como todos los años, con la llegada de la primavera.

Los grupos de tareas de las Fuerzas Armadas y de la Policía Bonaerense comandada por el general Ramón Camps y el comisario Miguel Etchecolatz se habían adueñado de las calles y cada noche agregaban muchas nuevas cuentas al interminable rosario de secuestros y desapariciones de estudiantes, docentes, profesionales y trabajadores de la ciudad.

Faltaba poco para que las fuerzas represivas instalaran en las afueras uno de los Centros Clandestinos de Detención más sofisticados de la dictadura, La Cacha, donde equipos conjuntos del Ejército, la Policía y el Servicio Penitenciario Bonaerense llevarían a cabo la última fase de la tarea de exterminio.

Entre el 9 y el 21 de septiembre, los grupos de tareas secuestraron a diez estudiantes de colegios secundarios de ciudad, militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y de la Juventud Guevarista, en un hecho que quedó escrito con sangre en la historia argentina reciente como "La noche de los lápices". Por la noche del 16, cuando perpetraron la mayoría de los secuestros.

De los diez secuestradosMaría Claudia Falcone, María Clara Ciochini, Horacio Ungaro, Claudio de Acha, Daniel Racero y Francisco Muntaner continúan desaparecidos, mientras que Emilce Moler, Pablo Díaz, Gustavo Calotti y Patricia Miranda fueron finalmente "blanqueados" por la dictadura y quedaron a disposición del PEN, como la dictadura catalogaba a los presos políticos sin proceso.

El relato posterior sostiene que fueron secuestrados porque participaban de la lucha por la creación de un boleto estudiantil en la ciudad -esas movilizaciones se habían realizado un año antes, en 1975, durante el gobierno de Isabel Perón– pero en realidad estaban "marcados" por la dictadura como "delincuentes subversivos" por sus militancias políticas. Tenían entre 16 y 18 años.

Crónica de un secuestro anunciado

Emilce Moler supo que habían secuestrado a sus compañeras Claudia Falcone y María Clara Ciochini la tarde del 16 de septiembre, cuando estaba en la Escuela de Bellas Artes dependiente de la Universidad Nacional de La Plata discutiendo con otros compañeros qué actividades harían durante la semana de la Primavera porque la represión arreciaba y no había mucho margen para reuniones y festejos.

-Vino alguien a avisarme que las habían secuestrado y entré en pánico. Había estado con Claudia y María Clara los días anteriores y sabía que estaban viviendo en la casa de la tía de una de ellas, la tía Rosita, porque ya no podían quedarse en sus casas, no era seguro – dice.

Emilce tampoco estaba viviendo en su casa, pero había decidido que esa noche volvería porque habían empezado a cerrársele las puertas solidarias por miedo y ya no tenía donde esconderse.

-Había agotado todas las puertas que se podían abrir y no había más lugares. Mis padres ya sabían que militaba, yo se los había "blanqueado", y mi papá, con ese sentido común de aquellos tiempos, me decía que era mejor que me quedara en casa. "Si te quedás en casa demostrás que no sos sospechosa, pero si te vas a otro lado te estás mostrando como culpable", me decía con la simpleza que la gente común analizaba las cosas en esa época -recuerda.

Al saber del secuestro de sus compañeras, Emilce corrió al teléfono público más cercano y llamó a su padre. Le pidió que la fuera a buscar a la Escuela, rápido. Ni se le ocurrió irse sola hasta su casa.

"Cuando supo lo que había pasado, mi viejo dijo que nos fuéramos a Mar del Plata, donde teníamos un departamento, pero yo le dije que no, que no podía dejar a mis compañeros, que no podía dejar la militancia", dice y asegura que no había ningún heroísmo en esa decisión, sino que era lo que sentía que tenía que hacer, que un militante no abandona a sus compañeros ni su lucha.

Esa noche cenó en su casa con sus padres y su hermana y se fue a dormir intranquila, sabiendo que estaba en peligro. La despertaron los golpes brutales en la puerta y una voz desconocida que gritaba: "Ejército Argentino".

Cuando la vieron, los secuestradores se desconcertaron un momento, no podían creer que era ella a quién habían ido a buscar. Emilce les pareció una nena.

-Hubo toda una situación, porque me vieron a mí tan chiquita, en piyama, tan pequeñita que era, uno de ellos dijo: "Esta es muy chiquita" y casi se llevan a mi hermana. Pero no, la de Bellas Artes era yo. Yo seguía en piyama y mi mamá les pidió que me dejaran cambiar. Me puse un gamulán, que siempre lo adoré porque lo pude tener un tiempo y me permitió cobijarme de tanto frío. Apenas me vestí, me vendaron y me subieron a un auto. Después supe, porque me contaron mis padres, que había sido un operativo muy grande, que había muchos autos. Ahí comenzó el terrible periplo de mi desaparición, que duró varios meses.

Vivir minuto a minuto

La llevaron al Centro Clandestino de Detención conocido como el Pozo de Arana, donde se encontró con los otros estudiantes secuestrados.

-Cuando llegamos al lugar, nos desnudaron y nos empezaron a hacer preguntas. El que me interrogaba era una persona grandota, no le respondí lo que me preguntó y me pegó mucho. Esto demuestra lo que representábamos más allá de las edades, de los cuerpos: éramos el enemigo. Las cosas empeoraron cuando se enteraron de que era hija de un policía, porque mi papá me estaba buscando. El 23 de septiembre, nos sacaron a todos en un camión y empezaron a bajar a Claudia, a María Clara, a Horacio, que eran los chicos que yo reconocía. Ahí se bifurcó la historia; yo seguí con Patricia. Y Gustavo. y otras personas más. Nos llevaron al Pozo de Quilmes y después otro centro clandestino en Valentín Alsina. En diciembre nos comunicaron que estábamos a disposición del Poder Ejecutivo. Me llevaron a la cárcel de Devoto en enero de 1978 – relata.

Cuarenta y dos años después, Emilce Moler recuerda como una paradoja que durante su secuestro, mientras vivía minuto a minuto sin saber si la matarían o sobreviviría, su mayor preocupación era que iba a quedar libre en el colegio.

-Yo estaba en Arana y contaba los días que iba perdiendo y les decía "voy a quedar libre por faltas, voy a perder el año". No dimensionaba que iba a perder la vida. Voy a perder el año, decía, pero bueno, son esas pulsiones de vida que uno tiene para seguir viviendo – dice.

Se prometió que si sobrevivía terminaría el secundario y seguiría estudiando. Por eso, casi tres años después, apenas pudo salir de la cárcel con un régimen de libertad vigilado, su puso a estudiar y en poco tiempo dio todas las materias libres para obtener su título.

-Era como que no haberme recibido me pesaba. Yo era clase media y nunca se me había ocurrido que no iba a terminar el secundario y seguir estudiando. Si bien tenía la militancia y un compromiso, por otro lado tenía cosas que daba por hechas, como terminar el bachillerato. Por eso, de todos los títulos que obtuve, ése fue el que más satisfacción me dio – explica.

Pero estudiar no le iba a ser fácil. Una de las condiciones impuestas por el régimen de libertad vigilada era que no podía estar en grupos grandes. Eso la limitaba en la elección de la Facultad. Por otro lado, no pudo seguir estudiando artes: en Mar del Plata -donde fue a vivir con sus padres porque tenía prohibido volver a La Plata – no había una carrera universitaria de ese tipo. "No fue sólo por eso – explica -. Para hacer arte tenés que sentirte muy libre y yo lo que menos me sentía era libre para expresarme". Finalmente se decidió a estudiar Matemáticas.

-Era algo que siempre me había gustado y en Mar del Plata recién abrían la carrera. Además la elegí porque no quería pensar mucho en la realidad y Matemáticas me permitía tener la cabeza ocupada y evadirme. Como era una carrera chiquita, con pocos estudiantes, pude convencer a los de la SIDE que me dejaran estudiar ahí. Y ellos me iban a ver cuando entraba, cuando salía. Todos los días – cuenta.

Política y militancia, ayer y hoy

Hoy, con una licenciatura en Matemáticas, un máster en Epistemología y un doctorado en Bioingeniería, Emilce Moler se sigue considerando una militante. Y la militancia es un tema que aborda siempre en sus charlas con los jóvenes.

-Me preguntan sobre la militancia estudiantil en los 70 y yo les respondo que éramos un producto de la época, con los aciertos y los errores. Y les cuento que todo invitaba a participar en política. Que eso era lo normal, porque todo te llevaba a militar. Era lo normal. Lo anormal fue la época que nos tocó de esa participación. Era lógico que nosotros, como adolescentes, interpelábamos a la sociedad, que tuviéramos utopías, eso era lo normal. Lo aberrante fue la represión y por eso a los chicos que cada joven en su época va a marcar la historia según los contextos políticos que le toquen -dice.

– ¿Y cuál es ese contexto hoy? –

-Las cosas no ocurren de un día para el otro, se van gestando. Yo sigo con mucho detenimiento el movimiento de mujeres. Esas pibas jóvenes, tan jóvenes como éramos nosotros en los 70, que están dando vuelta como una media la realidad nacional con una agenda nueva, diferente a la que teníamos nosotros. Esto se empezó a gestar con el kirchnerismo, cuando muchos jóvenes volvieron a descubrir a la política como una herramienta de cambio. No sé qué banderas tomarán y no tienen por qué ser las mismas que teníamos nosotros. Me parece que toda esta cuestión contra el patriarcado, por el aborto legal, el movimiento Ni una menos es algo totalmente novedoso. Pero es algo que no surge de golpe, con esa apropiación de las calles, con esa organización, con esa irreverencia bien entendida de colgarse los pañuelos sin importarles qué les vaya a decir en el colegio o en la calle. Se está construyendo un nuevo ciudadano joven que es un claro actor político que busca transformar la sociedad – responde.

 

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