Por Carlos Fabián Romitti
La autora sostiene que si la sucesión del comendador fue complicada, se debió no sólo a su propio testamento sino también al previo, el de su esposa Leonor María Correa. Fallecida en 1865, había nombrado a su marido inventariante y usufructuario universal de sus bienes. Eso permitió que al morir en 1873, él le pasase esa tarea a su propio inventariante, provocando la ira de los hermanos de Leonor, a quienes ella había nombrado como herederos, y un reclamo por la partición que consumió años en los tribunales.
El testamento del comendador dejó bienes a diversas personas: sus llamadas “crías” (hijos que había tenido con las esclavas), diversos amigos y un par de sobrinos. “Caprichoso en las disposiciones y rico en imaginación fue el comendador al labrar su testamento – escribe la investigadora -. Un verdadero laberinto de ideas y disposiciones casi imposibles de ser cumplidas”. El ejemplo que toma del testamento es clave para sus presuntos herederos locales: “Declaro que la administración de bienes legados (a las “crías”) durará hasta la extinción de la cuarta generación de los legatarios, es decir los bisnietos, cuando cesará el usufructo del campo de Canudos y se devolverá a mis herederos o legítimos sucesores”. La autora explica que los larguísimos tiempos que consumió la sucesión se debieron en parte a la lentitud de la justicia de la época y a que había ya un enorme número de herederos anotados, pues además de los tres hermanos de Doña Leonor María, estaban los descendientes de los once hermanos del comendador”.
El segundo período del juicio sucesorio empieza en 1970, cuando “por medio de la recisión, el proceso fue reabierto y se posibilitó una avalancha de peticiones. Hasta hoy – explica la autora-, contadas 50 de las 483 cajas, se obtuvo un total de 1.952 peticiones y 6.336 `habilitados´, en un período medio de seis meses. En cuanto al número de apelaciones, embargos y recursos, lo que se puede decir es que, hasta la fase actual de la investigación, aún no fue posible llegar a una cuantificación precisa, de cara al enorme volumen del proceso. Es cierto que vinieron peticiones de parte de todas partes del mundo para que se habilitase la herencia, pero del universo de 6.336 habilitados, sólo dos fueron considerados por el inventariante como herederos del comendador”.
Sobre la avalancha de peticiones ocurrida en la década del ´70, “una verdadera corrida ilusoria tras la fortuna del comendador”, dice la autora que se inició en 1966, cuando una nueva inventariante incluyó “una fantasiosa nómina de 109 bienes de propiedad del comendador”. Ahí empezó “toda la propaganda en torno a la supuesta herencia, dada a conocer en la prensa del mundo entero como oro caído del cielo o la herencia del siglo. La fantasía de esta nómina de bienes demandó una exhaustiva investigación en los registros y sólo terminó con una palabra de orden del Tribunal de Justicia archivando definitivamente el proceso en 1984”.
Poco años antes del archivo definitivo del Proceso sucesorio del Comendador Correa, es decir por el año 1979, en la ciudad de Paraná, Entre Ríos, se conformó un “estudio” compuesto por un aficionado a la genealogía y un abogado, ambos parientes y con el mismo apellido: Félix Ernesto Retamar (secretario) y el doctor Guillermo Retamar; éste último le daba el soporte jurídico y barniz legal al asunto, desvinculándose al tiempo de todo esto. Se posee de esa época, por raras casualidades de la vida, el Nº 2 de una suerte de revista que editaban, llamada Comendador – Boletín Informativo de la Familia “Retamar – Correa”, fechada en Paraná en diciembre de 1983. Los editores responsables eran precisamente los ya referidos Guillermo Ernesto y Félix Ernesto Retamar.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS correspondiente al día 7 de julio de 2016)