Antonio Tardelli
Es el contexto y no la virtud lo que torna más razonable el funcionamiento del sistema institucional argentino. La distribución del poder obliga a las fuerzas políticas a emprender desacostumbrados esfuerzos de cooperación.Tal práctica significa también el tránsito por un terreno que no es el preferido: la cultura política argentina se inclina más bien por la imposición.
Pero la necesidad tiene cara de cohabitación. La colaboración se vuelve imprescindible: una política más sensata deviene imperiosapara alcanzar éxitos o para espantar fracasos. En uno y otro caso, están vedadas la intransigencia y la cerrazón.
No es que el sistema argentino se haya convertido de golpe en un régimen parlamentario. El reparto de espacios en el Congreso, pero fundamentalmente en los Estados provinciales, exige un clima de diálogo hasta acá desconocido. Está claro que no une el amor. Que sea, entonces, el espanto.
Pero en todo caso la segunda mitad del primer año de gobierno de Mauricio Macri exhibe dos hechos –uno negativo y otro positivo– que eran en su momento difíciles de vaticinar.
La mala es que la economía no reacciona: los agentes del mercado se exhiben indiferentes a los intentos oficiales de seducción. La buena es que la gobernabilidad, a priori amenazada por la relativa debilidad del gobierno y por los históricos tics intolerantes del peronismo opositor, no aparece amenazada.
Por las razones que fuere, al gobierno le va con los justicialistas mejor de lo que meses atrás se podía suponer.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS correspondiente al día 7 de julio de 2016)