Antonio Tardelli
Es todo un tema. Sobre todo cuando participan de un poder ajeno, al que arriban por un atajo, pidiéndole permiso al verdadero dueño. Le sucede a la izquierda que ha sido seducida por el kirchnerismo. La izquierda incorporada al kirchnerismo hace malabarismos para explicar desde la dialéctica los costados menos presentables de la actual gestión. No pide perdón por sus pasadas intransigencias, por haber descalificado posturas políticas incluso más audaces que las que hoy expresa el gobierno peronista.
La diferencia entre la contradicción principal y las contradicciones secundarias se ha tornado especialmente útil para analizar una realidad que –novedosamente– ahora se mira desde arriba. Era una distinción de la que se prescindía al nivel del mar. Hay muchas cosas que la izquierda kirchnerista ha aprendido del peronismo. Una de ellas es apreciar las ventajas de ser incendiario desde el llano y bombero desde el poder.
El kirchnerismo es un moderado reformismo que –sin perder de vista las dificultades que acarrean las comparaciones históricas– no está más a la izquierda que el alfonsinismo de los ochenta (por el contrario: las frustradas propuestas de democratización sindical de entonces, por ejemplo, contrastan con la ortodoxa alianza gremial de la que el oficialismo alardea). Pero la discusión pública, y la disputa por las ubicaciones en el espacio político, surgen de las diferentes miradas que los actores políticos tienen de sí mismos y por tanto de sus adversarios y de la realidad toda. El radicalismo de Alfonsín se concebía como socialdemócrata y por tanto no experimentaba culpa cuando lo apuraban por izquierda (por izquierda lo corría un peronismo que después gobernaría obscenamente por derecha y cierto progresismo que con su proverbial lucidez prefirió caminar junto al justicialismo). Justificaba César Jaroslavsky: “Jamás prometimos la toma de la Bastilla”.
Diferente es el caso del kirchnerismo que, según se enfatizó por estos días de reiteradas semblanzas, se declara heredero de la juventud revolucionaria de los años setenta. Para heredero de revolucionarios, el proceso kirchnerista es extremadamente conservador. Sin tanta alharaca, en cambio, algunas de sus medidas, propias de la etapa previa a la desarticulación del Estado de Bienestar, podrían ser mejor consideradas. Se pagaría por ellas lo que por una joya auténtica. Nadie paga de más por una falsificación.
Pero el problema es de la izquierda. El peronismo es suficientemente maleable como para haber sido de derecha ayer, de izquierda hoy y las dos cosas a la vez sin rubor alguno mañana. Distinto es el caso de la izquierda oficialista, que enfrenta objetivos problemas para explicar su opción, revival de un intento que décadas atrás acabó en fracaso. Reincidente, la izquierda sigue mendigando pobres y hacia allá va, hacia el peronismo, porque los pobres son peronistas. Lo aprendieron en las revistas partidarias de lectura obligatoria.
(Más información en la edición gráfica de ANÁLISIS de esta semana)