Luis María Serroels
De tan incansable peregrino que era, un día vino a posar sus pies en nuestra Ciudad Paisaje. Este periodista, que jamás imaginó llegar a El Vaticano para conocer personalmente a un Pontífice, de buenas a primeras se encontró con que Juan Pablo II arribaría a nuestra propia casa para que lo conozcamos.
Y fue en la tarde del 9 de abril de 1987, cinco años después de su primera visita al país en tiempos de guerra y dolor. El aeropuerto de la capital entrerriana se colmó de personas de todas las edades e incluso muchas de ellas no pertenecientes al credo católico, respondiendo al espíritu abierto y la voluntad ecumenista que caracterizaron el reinado de Karol Wojtyla, nacido en Cracovia (Polonia) el 18 de mayo de 1920.
Mucho tuvo que ver con esa llegada a nuestro suelo, el entonces arzobispo de Paraná, monseñor Estanislao Esteban Karlic, hombre muy cercano al Papa al punto de haber sido escogido por éste dentro de un reducido grupo de teólogos y catequistas de varios países, para el estudio, preparación y redacción del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica. El voluminoso trabajo fue aprobado en junio de 1992 por el Papa y su oficialización, hecha pública el 11 de octubre, a 30 años de la apertura del Concilio Vaticano II y 14 de su pontificado, contiene una Introducción de su puño y letra donde, aludiendo al proyecto renovador que data de 1986, se menciona que la Comisión respectiva fue presidida por el cardenal Joseph Ratzinger, quien casi 20 años después se convertiría en su sucesor en el trono de San Pedro.
Una jornada luminosa por donde se la mire enmarcó aquel arribo a tierra paranaense, con aristas festivas y fervor popular cargados de emoción. Pero haciendo abstracción de los aspectos protocolares, de los saludos de rigor, los cánticos que se le ofrendaron y los obsequios entregados a Juan Pablo, resulta insoslayable revisar el contenido del mensaje elegido, dedicado con acierto al mundo de los inmigrantes, que ha tenido precisamente Entre Ríos como un ejemplo de puertas abiertas a todas las razas y colectividades al amparo del Preámbulo Constitucional de 1853. Y bien vale una síntesis que exhibe cuáles fueron las ideas fuerza de este discurso.
A partir de recordar la huía de Egipto de la Sagrada Familia, queda expresado que “la migración debe verse en la perspectiva de la economía de la salvación”, y sobre la procedencia de los inmigrantes argentinos, no todos católicos, se refiere al generoso acogimiento de que fueron objeto en esta tierra.
Conceptos sencillos pero de altísima significación sirvieron al Papa para ubicar el fenómeno de la inmigración dentro del fomento del espíritu de la caridad y la hospitalidad, respeto por las tradiciones de los que llegan y solicitud para que arraiguen en la nueva Nación.
Sostuvo que los inmigrantes deben sentirse miembros vivos de la Iglesia, asumiendo su deber de evangelizar con el ejemplo y con la palabra, en una labor que trascienda las fronteras.
El Pontífice comenzó rindiendo homenaje a “esta noble Nación Argentina, un país de inmigración, hospitalario y amigo para los inmigrantes en el pasado y en el presente”. Recordó que la Argentina es un país hecho en buena medida por los inmigrantes, por hombres y mujeres que han venido “a habitar en el suelo argentino como reza el Preámbulo de vuestra Constitución. Vuestra Nación ha sabido acoger a los que venían y éstos, a su vez, han encontrado una nueva patria a la que han aportado la herencia de sus lugares de origen”.
Al hablar de la Sagrada Familia, afirmó que el Señor quiso asumir con su Madre Santísima y San José esa condición de emigrante ya al principio de su andar en este mundo, cuando poco después de su nacimiento en Belén, se vio obligada a emprender el camino del exilio.
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